Piensa, mientras regresan trayendo los muertos a hombros por la piedra, que la devastación le ocupa sus lugares rotos.
La devastación es el anfitrión de sus eclipses. Se acomoda en sus
sombras con su gesto de sombra ungida con todos los poderes del silencio.Sabe que él no le hace falta. Sabe que es su costumbre para no dormir
sola en esos inviernos interminables, mientras, como una gota de frío, se
acurruca en su propia redondez humedeciendo de tacto las aristas de los hombres.
Él ya no es dramático si alguna vez lo fue. Los dramas le enseñaron
a ser parco de asco y a ser parco de amor; nadar en una yuxtapuesta
indiferencia a contraluz de la fama y de la gloria, hacia la oscuridad de su
consigo; dejarse a la deriva de las músicas que escucha solamente él, porque
las músicas son recuerdos sonoros de tantas cosas que han enmudecido y se
enmohecen en su estado de ser.
Piensa en esa falta de catástrofes como en su gran catástrofe. Ya
no le asusta ni siquiera que no lo asuste nada y ha perdido hasta la codicia de
sorpresa. No le causa sorpresa que no lo asuste nada de toda esa devastación
incalculable.
La soledad metódica es un vicio de todos por allí.
Alza los ojos al espacio grávido e
inconmensurable de aquellas montañas pero no siente el cielo.
Como ellos regresaban con los muertos, desde el valle, los niños regresaban con las cabras.
(De: Ius soli)
(De: Ius soli)
Imagen: Album de la tropa