Ella vino en su piel.
Era un ángel de cera que había extraviado su camino hacia
Dios y sin sus alas, deslizaba por un filo metálico al fondo del crepúsculo en
que su brevedad de transparencia se iba oscureciendo con azules hasta tornarse
de un negro indivisible.
Vino en su piel igual que los recursos de las manos que
sangran, abiertos al desorden en las carnes y sonando como un estertor loco que
no se hace palabra.
Vino como las cosas que aparecen desde lagos profundos,
hechas todas de cofres y cadáveres tratando de vivir la superficie más allá de
la muerte.
Vino en su piel, rosada y sin blindaje, imaginando incendios
en mis ojos que no se produjeron porque ya están quemados, carboníferos.
Le dejo los incendios a otras piedras.
Promontorio de mar, salino y árido, cavado por la patria de
la nada que guarda peces muertos, dejo estallar el canto y su sirena contra mis
anfractuosidades silenciosas.
La sangre azul de umbría me seduce mientras deshago el
cuerpo con mis dientes sin siquiera morderlo. Lo deshago como deshace al humo
un movimiento y a la sombra una luz.
Simplemente, me deshago de ella antes de indigestarme con
sus jugos. O simplemente, me deshago de ella.
Imagen: Theatre of shadows by Laura Pietrusel