יום שלישי
Qué
problema es eso de escribirle a las imágenes de. En este caso, la mujer de tu
historia se me figura como una especie de proyección de los sueños. Ella
necesita que le escribas, quizás hasta te lo haya pedido, pero la distancia
siempre hace que se tome conciencia de que la ilusión es sólo de uno mismo y
eso es hasta más triste que hacer silencio. Porque las ilusiones duran lo que
duran, hasta que se secan, se corrompen o mutan. Tratamos de mantenerlas. Nos
mentimos. Un día descubrimos que ya no están más, no porque no estén ahí, sino
porque hemos dejado de ilusionarnos con ellas.
Conozco
en mí mismo ilusiones así. También he sido la ilusión de alguien, más de una
vez. He sido de aquellas que desaparecen porque ser una ilusión requiere de
constancia en la condición de ilusionar y en ciertas vidas las circunstancias
corren a contramano de los sueños y de los deseos.
Yo
me he ilusionado de igual modo con personas que tenían mi misma condición de
volatilidad y desaparición. Personas que vivimos de las despedidas y en ellas.
Personas que dicen volveré, como una necesidad de transformarse en algo físico
que ocupe un lugar en la realidad, pero cuyo “volveré” es algo que sólo compete
a su sí mismo. Volveré, como un pájaro migrante que recorre un mundo circular.
Sólo migra. Una y otra vez, sólo migra.
Entonces
quedamos retenidos por y en la imaginación. Somos –dentro de la imaginación–
una imagen más que a veces pasa al olvido y a veces es perenne porque produjo
dolor o idealidad. Dejamos de ser aquello que fuimos para ser lo que el otro
hace de nuestra imagen. A veces nos recuerdan por cosas que nosotros ni siquiera
tuvimos en cuenta. El valor de los hechos o de las palabras no es igual para
todos y los que habitamos en las despedidas minimizamos en general todos los
hechos, porque los hechos atan, unen, identifican y se transforman en un
emocional patrimonio en común.
El
que vive en las despedidas es todo de viento. Es sólo una ráfaga. Apenas deja
un rastro de desorden en la vida aquella por la que pasa. Pasa. Luego regresa
el aire a la calma de todos los días y el desorden se quita con la escoba o el
plumero.
El
que vive en las despedidas es sólo un remolino de hojarasca en una calle gris.
Es sólo un movimiento en un momento. Un gesto que se hace a una mirada. Y tiene
grados de fugacidad. Sobre todo tiene grados de fugacidad.
El
tiempo no destruye las cosas. Transcurre, solamente. Somos los hombres los que
fracasamos en retener las cosas y en hacerlas posibles. Hablo de los que son
como vos y como yo, resplandores fugaces, conscientes de su propia extinción. Apenas
el espasmo vigoroso de una luz caduca, porque nuestra raíz, si acaso hubiera,
pertenece a la oscuridad, lo mismo que el olvido.
Imagen: Album de la tropa