“Quizás debiéramos espaciar
esta parte con nosotros y ahondar en la historia que nos transcurre afuera y de
la que formamos una parte que duele.
Ahondar en esas viejas
historias que han reaparecido y nos traen a pie nuestro eterno conflicto frente
a una dualidad exasperante atrapada en un Circo Romano como un monstruo.
Alrededor, todos son gladiadores tal como lo eran antes frente al monstruo que
no evitamos ser. Las circunstancias son las mismas patéticas historias de las
que huimos una noche que nos hizo de hendija de salida.
Optamos por salir del laberinto.
Una y otra vez optamos por
salir del laberinto pero en nosotros todo es laberinto y así es que nos atrapa
una vez más de todas esas veces sucesivas en las que encontramos puertas de
salida. Abrimos la puerta y echamos a correr para descubrir con asombro que en
realidad, acabamos de entrar de nuevo al laberinto.
Quizás, el laberinto es
nuestra casa, nuestra vida, nuestra única forma de ser.”
— Si deshacerse de la persecución de nuestro
pasado fuera tan fácil como deshacerse de las cucarachas, Benedict, te aseguro
que hace mucho que me hubiera decidido por un fumigador.— murmura mientras
observa con un gesto de “hogar, dulce hogar” el interior morboso en el que nos
ha traído a convivir.
Las cucarachas están por
todas partes, lo mismo que el pasado. Ocupan todo el departamento como una
seseante marea quitinosa que se come los libros y los tapizados y ambula libremente
por ese monumental nido de bichos en que ha convertido al hogar nuestro
abandono.
No tenemos hogar. Le hemos
cedido a ese maremagnum antenudo y parduzco todos nuestros espacios al huir y
también, a otro mundo que se parece a ese cucarachiento mundo que miramos, le
hemos cedido nuestros espacios de huir.
Demoro en entender su
salvedad semántica porque tanta cucaracha me produce un asqueroso escalofrío,
mientras él avanza sin pudor y se escucha el prich, prich de los
insectos reventando debajo de sus suelas, mientras no encuentra donde apoyar el
bolso con el que hemos viajado de regreso a esta inquebrantable singularidad
del laberinto.
Por fin opta por el teléfono.
Llama a la oficina y solicita que le envíen al fumigador.
— ¿Para qué necesitás al
Fumigador?— quiere saber quien atiende la llamada— ¿No llegaste todavía y ya te
vas a poner a trabajar? Relajate un poco, nene…No empieces a revolucionarme la
oficina con tus pires. Por favor, bajá un cambio. Ya vas a tener tiempo de
desestabilizar al personal con tu adicción ejecutiva.
Sonrío frente al sermón que
la voz femenina desgrana en el teléfono.
— A “un” fumigador…— responde
él— Mi casa está copada por las cucarachas.
— Perdón…¿es un eufemismo?—
quiere saber la mujer.
(De: Animal de tormenta - Los diarios de Aivan Jaid)