Tiene una resonancia de fiesta con tambores
(ese nombre festivo que enarbola tu semilla de sombra)
y hay un largo silencio
y un enorme y muy largo holocausto
y una carne partida y sangre larga
igual que un grito largo
un llanto largo
un eclipse de vida que te eclipsa
y anula el pan y el sol.
Amadî:
– “la confianza en mi Dios”
– “el regocijo”…
Casi como a una paradoja por brutal, inexacta,
en tu último pájaro
mustio y desalado como un ramo sin pétalos
y un canto sin idioma
y un hombre sin palabra
y un sonido que se apaga en un cuerno
y la desaforada indiferencia de tantos salvadores
y tantos, tantos, tantos, tantos hombres
que rezan diariamente a no sé quién o a qué
y luego van de buenos ponedores de segunda mejilla
te sostengo en mi brazos.
Y en mis brazos de hombre sostengo una semilla.
Amadî:
“el regocijo”
“la confianza en mi Dios”
¿Quién curará la mano que le falta a tu brazo?
¿Quién entenderá el grito en tus sueños sombríos?
¿Quién recogerá el pálpito de tu muerte inminente?
¿Quién te sacará todos los días
de un último canasto que se quema?
¿A dónde se fue Dios
que no escuchó tu nombre el día de los muertos y los
vivos?
Tu nueva madre dice hablándonos a ambos:
Hay un león que cuida un pajarito…
Y en el fondo yo pienso que vos sos el león:
Amadî: el regocijo.
Y yo
apenas soy un ave muy triste y miserable.