Luego de
un rato digo que no estoy harto de ser yo mismo, siempre yo mismo y a la vez tantos
habitantes en mí y de mí, tan no hartos como yo de sernos todos, una vez y otra
vez.
La vida
no es más que una sucesión de desfasajes. Cuando parecen acomodarse, sucede un sismo. Luego, sólo resta volver a hacer pie o, a lo sumo, equilibrio, como muñecos
ebrios, en las zonas que aún quedan enteras de ese territorio que se mueve.
Nos despatarramos
cada tanto. Caemos, inútiles, sobre el tembladeral. Nos ensuciamos con su lodo
que nos vuelve grotescos o patéticos, o un poco de ambas cosas. Grotescos y patéticos
y también malheridos y risibles. Trágicos, por sobre todo, trágicos. Monstruosos.
Las personas
parecen vivir lejos de aquí. Viven como los extraterrestres, en otros mundos,
en otras dimensiones, en otras galaxias. Usan otras palabras. Hablan de otros tópicos.
Si
levanto los ojos, sin embargo, no localizo sus mundos. No veo a Dios ni a las
personas viviendo en sus lejanas geografías. Sólo veo esta inconmensurable soledad
en la que vivimos los que estamos asociados a los lugares de morir. Los lugares
de morir son los mismos que los de matar, pero las personas esas de los otros
mundos piensan que cuando digo estas cosas solamente ocurre un hecho literario.
O un guión de película. Da igual.
¿Por qué,
los que estamos aquí como en una cárcel o como en un terrario de coleccionar
bichos horribles, hemos perdido los lenguajes de los mundos fáciles?
Ya no hablamos
con inocencia. Ya no hablamos con sencillez del precio de la fruta y de las plazas
con hijos y con nietos. No hablamos de amor. No tenemos amor. Nosotros no. El
amor está donde viven las personas que se lo quedaron para sí. Nosotros nos despojamos
de esa onerosa carga. Tratamos de olvidar que la perdimos en alguno de los
tantos sismos. O la arrojamos, intentando hacer pie mientras la tierra se nos rajaba
debajo.
Tampoco
tenemos pájaros ni flores ni lamentos. Ni siquiera pensamos en nosotros como algo
en que pensar o algo que mostrar. Somos impensables e indemostrables, casi como
la muerte hasta que ocurre.
Últimamente
me estoy volviendo además de un descreído, un trágico. Un asco que camina por
su propia náusea y se admite decididamente nauseabundo, aunque no le importa,
porque llegó a aprobar su condición. Uno es lo que es y lo que hizo de sí. Una
elección. Ni más ni menos.
Mis
elecciones ya no tienen remedio.
Imagen: Castello dell' artista by Mike Foo