Los odios han llegado
como extraños y múltiples eclipses, lo mismo que la muerte. Acontece el dolor
como una patria, una única patria en que habitar desnudo y miserable. Una patria
sin luz y con historias frenéticas y tristes, desgajadas de aturdidas calendas
sobre el pecho que asfixian. Inexorablemente asfixian el pecho que guarda el
corazón igual que una muralla resguarda una ciudad. Una muralla que separa la emoción
oculta de ese exterior real donde no cabe otra emoción que el odio.
El silencio es
extenuante y árido.
Soplo sobre el
silencio como sobre la llama de un pabilo invisible un hálito de sombra para
así desvelar mi propia oscuridad. Pero ocurre el vacío, la insignificancia, ese
raro agujero de ámbito de flecha que produce un cuerpo al hundirse en el
intenso mar que añoro y sueño.
Estoy lejos del mar.
Estoy lejos de mí.
Solo, estoy lejos.
No consigo encontrarme
aunque traigo el regreso en las palabras. Ese regreso que quiero proponerme el
día que me encuentre sumergido en el doliente mar en que no estoy.
Los buenos trabajos
siempre son a pérdida, pero nadie va a seguir mi rastro levantando las migas de
mi alma.
A veces, se rompe el
infinito porque para eso está la finitud.
(De: Sensación de moebius)
(De: Sensación de moebius)