—¿Pero te has vuelto loco o qué?.. ¿Crees que fue fácil construir tu identidad?¿Puedes hacer algo aún mejor que escribir?¿De verdad lo piensas? Ya no estás en edad de ganar una medalla olímpica como nadador de aguas abiertas o surfeando… Anda, no quiero escucharte decir tonterías ¿No quieres escribir más? Pues no escribas o cámbiate de nombre como haces siempre cuando odias demasiado al que vienes usando; después de todo, nunca usaste el tuyo después de que renunciaste a él y tiraste a la basura todos tus premios. Pero no me vengas a mí con tonterías porque a lo único que no puedes renunciar es a ti mismo y eso es lo único que te defiende aún: lo que escribes, porque nadie puede dudar de eso. Por eso debes publicar. Si no quieres escribir, no escribas, no voy a obligarte a escribir, Ariê, pero esa es tu identidad: eres el escritor. Esa es tu identidad real. Aférrate a ella, con el nombre que quieras, pero “eso” eres tú. Y los escritores publican ¿entiendes? Publican.
Iosi hace una pausa en su discurso, supongo que para respirar mientras en mi oído perdura el sonido de la terminación aguda y sus flexiones fonéticas que ondulan con la contundencia de los plurales y de la conjugación de los pasados.
—Eres uno de los hombres más sólidos que tengo operando y me vienes ahora con estas cuestiones de inestabilidad emocional… Dime ¿qué te sucede?¿Estás atravesando una andropausia complicada? ¿Tengo que ordenarte una evaluación psicológica?¡¿A ti?!¿A ti, Ariê? Ni siquiera puedo creer que lo esté diciendo. Mira lo que estoy diciendo. A uno de mis hombres más estables le hablo de ir al psiquiatra.
En las pausas de Iosi puedo imaginarlo con su impecable camisa blanca, su gesto de entrecano galán de cine, su imparcial ecuanimidad, meciéndose a un lado y a otro en su sillón ergonómico como suele hacer cuando se encuentra frente a una disyuntiva que le altera la respiración. Tenemos el mismo tic. Eso es algo que le pasa poco aunque algunas veces lo he sacado de quicio, como la vez de los premios que descolgué de la pared y retiré del armario y eché al basurero, del que sus manos los extrajeron para llevárselos. Aún los guarda en su casa, esperando que yo me arrepienta. Éramos jóvenes entonces, ambos.
—Ponte a escuchar Etti Ankri o a Ofra Haza y relájate un poco. Escucha a Amir Benayun…y recuerda que no estás ahí para salvar al mundo, porque no se puede salvar al mundo. Ya no, si es que alguna vez se pudo. Cuida a tu familia y sirve a tu país. Eso hace un buen hombre, un hombre honorable, como te gusta decir a ti. Ponte fronteras, ponle fronteras a tu corazón y mete dentro de ellas lo valioso, lo realmente valioso, amigo mío. Mete allí a todos los que no te han traicionado. Eres uno de mis mejores hombres. Estás ahí como un premio, porque necesitas lidiar con el descanso. Tu lealtad necesita un descanso. No puedo imaginar que el descanso te haya producido semejante crisis. Pensé que ibas a tener tiempo de escribir, de disfrutar de tu hijo, de ser feliz de una vez con tu mujer, de tener un perro y de escuchar muchos “si señor”, de toda esa gente que antes te miraba con mala cara, pero…
—Nunca imaginé que fueras capaz de hablar tanto, Iosi. Pensé que tanta verborrea era solamente para los discursos ¿Me estás dando un discurso? —lo interrumpo al fin.
—Necesitas uno. Antes que tu superior soy tu amigo. Dime que puedo editar tu última novela, y deja de dar vueltas con la tontería de que no quieres escribir más ni una maldita letra en ningún idioma y que estarías mejor siendo un idiota al que no le importa nada. Vete a dar clase en tu tiempo libre, pero dale clase a niños que puedas mirar a los ojos, como hacías en los campos de refugiados. Olvídate de la gente que no ves. Haz lo que sabes hacer ¿Tengo que decírtelo yo? Haz lo que sabes hacer, Ariê, pero hazlo en carne y hueso, por ti. Hazlo por ti, porque eso es lo que quieres y eso es lo que sientes. Hay mucha miseria allí también. Vuelve a tus mundos en tu tiempo libre. Vuelve a tus mundos.
Iosi hace una pausa interminable.
—Y también, recuerda y escribe esta conversación. Cuando la leas más tarde, estoy seguro que ya sabrás qué hacer. —agrega al fin.