Leo a estos chicos, tan jóvenes aún, de escritura poderosa, como
Jorge Ángel Aussel y Simón Virdaén, los dos tan marcados por la muerte de sus
padres y tan francos en sus talentos, y viene a mi memoria inapagable la
primera vez que dije: “Escribo porque escribir cura”. Fue en el Café Literario
de la Feria del Libro de mi país, después de la entrevista y cuando ya se responden
preguntas del público.
Los veo escribir a ambos, cada uno en su estilo, pero
fecundos, rotundos, llenos de esa sensación a corazón que define a un buen
escritor frente a un buen lector. Porque, aunque todo mediocre usa la muletilla
de “solo escribo sentimientos”, para que los sentimientos realmente lleguen al
lector potencial en toda su magnitud, hay que saber cómo se escriben. Hay que
tener una forma personal, diferenciable, única, para escribirlos.
Frente a estos dos muchachos que no tienen todavía 30 años, me conmuevo porque prima un
talento asombrosamente natural, nada suena impostado sino bien escrito, a pesar
de que sus estilos tienen aún bastante camino que recorrer. Ya, a ambos, se les
nota la excelencia pese a su juventud.
A Jorge le interesa ser escritor. Desde el comienzo fue lo
que me dijo.
Simón, por el contrario, no quiere ser “escritor”, sino
solamente “escribir bien” pero para sí mismo.
Estamos en el centenario de Juan Rulfo, alguien que superó por
lejos con su obra el momento literario en que la escribió. Salió de los moldes,
fue un creador esencial, materia pura de talento y fuerza narradora.
Eso es un escritor. Cualquiera sea el estilo que un escritor
elija para expresarse, es un tipo al que no alcanza la estadística, se halla
fuera de la media y no queda atrapado en el desvío estándar.
Juntar palabras no es escribir.
Juntar palabras que ya escribieron otros, no es escribir.
Hay que saber juntarlas de otra forma y trabajar en lo diferenciable, porque lo
que hace bueno a un escritor es diferenciarse (más allá de la cantidad de
promiscuidad que han insertado las editoriales en el seno mismo de la creación
literaria).
Todavía nacen de esos, de los de raza, en este mundo
tecnológico e individualista que destruye los idiomas y mete todo en la bolsa
de los gatos pardos.
Estos dos muchachos son el ejemplo de que pese a internet,
siguen naciendo escritores y que la literatura no es aún un arte menor,
condenado a la desaparición bajo el peso de los emojis.
Para el que los quiera leer, dejo los enlaces: