Sigo siendo un elefante en un bazar, ya resignado a ser un elefante y que se rompa todo mientras avanzo persiguiendo la ruta que lleva al cementerio.
¿A quién se le ocurre poner un bazar en la mitad de esta sabana árida y sin agua, de la que mis pasos no pueden desviarse?
Me gustan los cristales, pero no los entiendo.
Tengo sed y los cristales parecen agua rígida que yo no sé beber. Probé, pero no sé.
Los cristales hirieron mi garganta y cortajearon sin piedad mi lengua, hasta el punto en que tuve que deglutir mi propia sangre antes de desangrarme entre esos filos brillantes y traslúcidos.
Aprendí que todo cristal es peligroso para quitar el ansia.
Y también que mi elefante se desproporciona seducido por prismas de fabricar la luz, cuando los encuentra a mitad de su ruta al cementerio.
Al salir del bazar mi sed persiste mientras rompo espejismos que se quejan con un sonido agudo y vibratorio y muy despacio, me van dejando cada vez más sordo.
Pero es sordera, no debe confundirse con la indiferencia.
(De: Hojas de sombra)