Aprendí que la letra es mi memoria,
mi tráfago en la piel;
que si no hubiera escrito estaría muerto
como un soldado anónimo
al borde de mi espíritu inconcluso.
La vida es lo que vi.
A veces hago esfuerzos de silencio
e intento introducirme
en lupanares dulces
con mujeres que me sirven el té
con mujeres que me sirven el té
y hablan de lágrimas.
Mis ojos y mis gritos las observan
desde lo destrozado de la víscera
en donde duermen mis restos pavorosos.
Un animal azul me cabe adentro.
Está lívido, hinchado, putrefacto
mientras escribe,
obseso,
con los dientes.