Antes de darlo y cuando ya lo ha dado, uno sabe que el paso es algo irremediable. Pero lo da de la misma manera en que siente el peso del cuchillo y su hoja, cuando va a defenderse sin ruido en la negrura.
Entonces corta. Abre camino y corta porque esa es su misión o su objetivo. A veces, hasta su compulsión.
Uno da el paso de decir la verdad y se libera, siente como se cae la mochila desde adentro del vicio de sujetarla hasta quedar doblado y de repente, regresa, sin ese peso hondo, a caminar erguido.
Luego, una vez que ya se ha dado el paso, ordenado el tablero y vaciado la escarcha, cuando el otro nos ve como un cristal que acaba de romper un grito fáctico, cuando el otro dirime que estamos en una intemperie que desconocemos porque nos hemos roto y renacido más allá de nuestra carne viva, queda así, estupefacto. Y prefiere alejarse de aquello en lo que se refleja extrañamente, como en un charco a medio coagular y que él mismo ha provocado.
La verdad es parecida a la voladura de un puente.
La verdad, en este caso, es parecida a la voladura del único puente que podía acercar dos soledades destinadas a no entenderse nunca.
La verdad, en este caso, es parecida a la voladura del único puente que podía acercar dos soledades destinadas a no entenderse nunca.
(De: Hojas de sombra)