¿Y luego
qué? ¿Qué queda después más que la voluntad de no entregarse al caos?
Permanecer
así, como flotando en un glóbulo muerto, como un muerto que flota a merced de
un río al que de vez en vez, llega la
sangre.
Permanecer
así, ingrávido, extraído como de un cascarón seco el componente vital y pendulando
del suero y las vacunas, a medio agonizar en el centro de la supervivencia.
¿Y luego
qué?
Matar a la
piedad y a la condescendencia y batallar en el mundo privado de uno mismo contra
la fetidez, que en su pantano va destrozando lo vivo que aún me queda.
Batallar
sin complejos con esas armas que nacen de la eterna necesidad de conservar la vida,
no importa lo que se sacrifique en ese intento.
Yo no voy
a morir arrodillado ni avisándole al mundo que me muero, por si quieren plantar
huertos con flores a los que terminar poniéndoles mi nombre “in memoriam del
monstruo”. O coleccionar viudas de luto y pañuelito, que se disputen mi carne o
mi mortaja.
Si me
mata, me va a matar de pie. Y si no, que lo siga intentando hasta que pueda, o
hasta que sobre el final, no quede nada anexo: sólo el virus y yo, tan frente a
frente, como la voluntad y la derrota que no la ha doblegado.
No me va
a impedir con su tortura que siga amando al África hasta el llanto.
(De: Hojas de sombra)
(De: Hojas de sombra)