Acabo de
llegar desde un amanecer nublado y ártico.
Anoche troté por la ciudad igual que
un perro.
Igual que
un perro pálido troté por la ciudad vacía y dura. Corrí como un enfermo que, sin
turno, vaga por los pasillos de un enorme hospital buscando al médico que le suture
el dedo que le cuelga.
Me calcé
las running y los auriculares y corrí, oyendo a Los Redondos. Corrí por la ciudad
hacia ninguna parte, hasta el agotamiento pernicioso.
Después pensé
en escabiar, montarme a un pedo de esos pedos negros, morbosos y atrayentes, que
borran las fronteras entre el bien y el mal, así que entré a una especie de fonda
para solos-que-andan-por-la-noche-buscando-perras-pálidas.
Mientras
chupaba me transé una mina que también chupaba y nos fuimos a su departamento a
revolcarnos. No me acuerdo de su nombre y como siempre, yo no pronuncié el mío.
Ahora estoy
acá. Escribo, como siempre, lo del diario vivir que le acontece a esta vieja marioneta
lúgubre que ata y ata sus hilos una vez y otra vez a la demencia de seguir
parada en un retablo que la empuja fuera.
Escribo.
Ya
lloré.
Ya di
vuelta la página o quizás cerré el libro. Eso lo dirá el tiempo.
Estreno,
como un suéter, mi condición de viudo esta mañana.
Mis
hombres, que me miran llegar puntual, no saben si decirme “buenos días”.
Para
abreviar, los saludo yo.
Fotografía: Marionetas by Marc Nadal
Fotografía: Marionetas by Marc Nadal