Pelo
la verga y meo
sobre
esta podredumbre de estandartes.
Con la
orina dibujo un signo pesos,
culo de taxi boy para la ira que me encontró agachado
defecando mis códigos
como un iconoclasta en una iglesia.
Me vuelvo el mercenario y el sin causa,
un ríspido animal de rabia y sangre,
herido mortalmente y mortalmente ciego por la herida,
que despedaza a Dios a mordiscones.
Me cago en la honradez, la derechura,
el buen hacer, la calma del Templario,
y me da todo igual
cambiar de bando y ser un poco el otro
que nunca quise ser.
Perder la hombría, la palabra de honor,
volver bastardo
a esta resurrección de la violencia
que engendra más violencia y más desastre.
—De algo hay que morir– decirle al puño
cerrado sobre el arma–
pero siempre, llevándose unos cuántos,
solo por mantener el patio limpio.