Una estrella
percudida ha caído encima de mi jaula. Una estrella dañada, para la que elegí un
nombre amoroso.
La nombro suavemente con el nombre que le di, complejo como su resplandor.
No la
aproximo. No la rozo. Solamente la nombro dentro de mi boca, con los labios
cerrados.
Tiene
en su brevedad esa transparencia de aguanieve y un diminuto temblor tardío, invicto.
Todo sus
universos de luz frágil están lejos de mí.
Los
observo, inmóvil. Solamente los observo desde lo más impetuoso del silencio.
E imagino
que bebo el nombre de la estrella; no el
suyo sino el que yo le di.
Me quema lentamente como un vodka de lágrimas.