Enviudar violentamente lleva
tantos trámites como divorciarse.
Toda la mañana en el juzgado y
ahora, dedicando mis momentos de ocio a la rutina de los mates en solitario que
casi había olvidado, sostengo las riendas de mí con las dos manos, una para
cada uno de los carros con aurigas fantasmas que quieren desbocarse por mi
sangre.
En el avión pensaba que es hora
de quedarse. De abandonar este nomadismo sin raíz que plantar en ningún lugar
del mundo y quedarme acá, en este lugar, que, como todos los lugares, da lo
mismo. Todos son lugares y como diría Serrat (parafraseando) “mi patria y mi
Toshi las llevo en mí” y las dos me las cuelgo: la Estrella de David y el bolso
de la notebook (hija de puta resistente como el dueño).
Ayer describía esta casa enorme
en la que se me pierde la memoria.
Trato de mantener solamente lo
que pienso.
Lo demás huye por las
habitaciones llenas de cosas de otros, con las que me he impuesto convivir para
probar el temple.
Un poco de morbo tiene la tortura.
Uno se mide, se desafía, se conoce mejor, se aprende como nunca llegará a aprenderse
estando sano y salvo. Por lo menos, cada vez que me interrogaron, jugué ese juego
del “yo puedo aguantar hasta morir”.
Probemos otra vez. Igual, no tengo
nada mejor que hacer el día de hoy.
(De: Back to black)