Sin título by Kemal |
El ser un bicho en cierto modo exótico le había hecho fácil el cultivo de conocidos en diferentes áreas de la vida. Conocidos, no amigos, decía siempre y ladeaba la boca con una expresión de desapego que marcaba exactamente las claras aristas de su perfil psicópata, como lo definían burlonamente los únicos que él, a la sazón, llamaba sus amigos.
Un bicho exótico, pulseando con una ambivalencia metafórica en todos los mundos, metiendo la nariz como un cachorro imprudente que necesita conocerlo todo sin medir los riesgos que los todos implican. Eso había sido y de vez en cuando se acordaba de ser, León Aryiasz, como una prueba más que se tomara a sí mismo.
Él no se entregaba. Dejaba ese ejercicio vinculante a los demás que tuvieran vocación de eso y correspondía a ellos con un silente respeto que sólo se hacía visible en momentos de papas muy calientes y si acaso hubiera que asumir el rol establecido por el vínculo del otro y no por el suyo, ya que él -sostenía con un énfasis lánguido y despreciativo- no creaba vínculos.
Ese pragmatismo de códigos lo había vuelto un tipo creíble en los ámbitos de la desconfianza, así que muchos de esos conocidos vinculados a través de los códigos, aguardaban en una potencial e hipotética lista de espera creada por la imaginación de ellos mismos, que los ojos de Aryiasz los seleccionaran para hacer posible el también imaginado proyecto que -teóricamente- lo mantenía en la Capital, con lo mejor de lo libre que se podía conseguir en el ramo.
La mayoría de aquellos itinerantes sabía que algo tenía que traerse entre manos, si habiendo abandonado o plantado o desechado (nadie tenía claro qué había pasado realmente y el silencio al respecto era hermético) con una renuncia intempestiva el cargo que ostentaba, todavía andaba trotando por las calles de la Capital Federal sin refugiarse en sus cuarteles de invierno y desaparecer de los espacios y de los escenarios como una reencarnación de Houdini.
Todos estaban al tanto de las cosas trágicas y los que mantenían tratos entre sí habían hablado de “lo que le pasó a la pareja del Moishe” como una verdadera tragedia marcada por la mala suerte que seguramente a él lo afectaba para mal.
La escena ocurrida en la farmacia y que la televisión mostró, corroboró la hipótesis y acrecentó la esperanza en mucha mano de obra vacante que esperaba encontrarse un lugar en el mundo.
En aquel bar de mala muerte, dentro de un salón enorme y despintado donde las mesas parecían desperdigadas y pocas, varios de aquellos solitarios actores de trastienda, se habían reunido ante la convocatoria.
La palabra de Aryiasz tenía peso específico en el ambiente, así que los potenciales elegidos no dudaron en apersonarse para escuchar la propuesta de trabajo que ya habían aceptado con antelación a que les fuera formulada, en concordancia con sus expectativas y deseos, luego de haberse sumado mentalmente y desde un principio a la supuesta lista de espera en la cola de un “trabajo para pocos y selectos”.
El llamado para el “casting” se había producido.
Los hombres eran tres y les supuso una sorpresa que las entrevistas no fueran individuales sino colectivas o por ternas, pero dentro de la operatoria y logística de Aryiasz aquellas cosas no resultaban fuera de contexto y con ellos tenía la confianza suficiente como para hablar sin desconfianzas previas.
Los hombres que compartían una mesa, luego de que se fueran sumando con cierto reticente asombro al encontrar otro en su misma circunstancia, intercambiaron pareceres sobre en cuál de todas las cosas que había en danza y que se escuchaban en los corrillos como un secreto a voces, podía basarse la propuesta, ya que los datos que tenían sobre las actividades de León Aryiasz les resultaban, por lo menos, extraños.
Llegaron a la conclusión de que “el Moishe” estaba haciendo tiempo hasta que pudiera embarcarse en aquella película para la que ellos se habían presentado al casting.
Se contaron unos a otros que los datos obtenidos por “los que le pusieron la lupa” les causaban gracia.
Según “las fuentes” Aryiasz se dedicaba a escuchar conferencias, concurrir a talleres literarios, ir a presentaciones de libros, moverse a una cellista de fama internacional con doble nacionalidad y que muchos suponían del servicio italiano y otras extravagancias de ese tenor artístico y que aparentemente, además, parecía participar activamente de la movida cultural del under en una especie de proyecto colectivo para el que Cultura mismo había donado un edificio que estaban reacondicionando a todo vapor con un aire de teatro retro lleno de gente loca con el pelo pintado y veleidades no definidas aún por lo incipiente del proyecto.
Cuando se deja el servicio uno se hace periodista, no bailarín de flamenco, opinaron los contertulios, y menos director de un espacio cultural del under, como las fuentes sostenían después de recabar los pocos datos que consiguieron con respecto a las actividades que se desarrollaban en aquel caserón cultural que dicho sea de paso, se llueve y se electrocuta, agregó el que, de los tres postulantes, llevaba la voz cantante en las noticias.
-Este perdió hasta la puntualidad con tanta cosa artístico bohemia. Capaz que nos quiere contratar para hacer la seguridad...vaya a saber. Del Moishe te podés esperar cualquier cosa...menos que sea impuntual.
Todos miraron el reloj que marcaba un tiempo inexorable de retraso y después observaron a los que con ellos compartían el espacio del bar.
La moza era rellena y montuna, de aspecto sucio ganado además por una desidia en el vestir que la invalidaba en todo sentido como personal de atención al público.
Los observaba masticando un chicle que iba y venía por su boca encuadrada en movimientos de rumiante aburrido, medio reclinado el cuerpo sin formato contra un costado del mostrador ancho y de madera, detrás del cual un hombre hacía de adicionista y cualquier otro menester que cupiera al que estuviera de ese lado de la cosa.
El café era quemado y horrible. Los sodines parecían de vidrio esmerilado por la opacidad que detentaban. No había servilletas en la mesa y para acceder a la pila de diarios, había que atravesar el salón completo, por el que vagaba un abotagado tufo a fritanga de siglos. Nadie quiso imaginar ni la cocina ni el baño, cuando las tres miradas convergieron en el centro de la mesa de charla.
-Falta la cucaracha nadando en la sopa ¿eh?
Los tres hombres se sorprendieron por la expresión de la moza que a la vez que les hablaba les hacía un gesto para que se acercaran.
- Pasen por acá, el jefe los espera al final del pasillo.
Desde el fondo, Aryiasz les sonreía con cara de maldito, animándolos a atravesar el corredor estrecho hacia la parte posterior de aquel caserón de principios de siglo.
El último de la fila vio como la moza desconectaba el micro inalámbrico instalado debajo de la mesa en la que estuvieran sentados y lo guardaba debajo del mostrador.
-Moishe hijo de puta.- masticó su sonrisa, cuando se abrazaron con Aryiasz en la primera habitación de un febril centro de operaciones de comando.
(De: Novelas robadas sin terminar)