A sus costas de
hembra parece que los peregrinos no se cansaran de traer Ulises.
Los viajeros de
paso que hacen noche en Itaca cada cuarenta años traen algún Ulises que nombrar
en sus playas, como al eterno ausente que ellos aman y esperan.
Cada uno habla
de su Ulises pero no escriben su nombre con mayúsculas. Para nombrarlo usan
apelativos, les llaman de otros modos, eluden la palabra y acomodan el nombre
que no dicen a otras melodías en donde suena mal.
Ulises es “ese”, “el otro”, “aquel”. Es “el gato, el ciervo, el árbol, el maestro,
el que tú ya bien sabes, Penélope de todos los Ulises”.
Ulises sin nombre
que Itaca dice desconocer y que todos los viajeros de paso le acuestan en sus
playas como un vivo cadáver, descansan en la memoria del que no fue ni es ni
será Ulises.
Para él, Ulises
son aquellos que luego de no reinar se han ido y ya no tienen nombre para
Itaca.
Cuando llegan
bufones, preguntan por un Ulises que no es el mismo por el que los deportados
preguntan. Cuando llegan los que olvidaron donde quedaba Itaca, preguntan por los Ulises que también olvidaron al olvidar Itaca.
El pretendiente
escucha desde el pórtico la charla de los viajeros que hablan con Penélope de
Ulises, en voz baja.
Hablan pensando
que ella clama por el Ulises que ellos nombran en las costas rocosas de su
Itaca y quieren escuchar viejas historias de amor en sus palabras, historias
con ese Ulises por el que preguntan y dicen añorar como si compartieran los
extraños secretos de una Penélope que guarda sólo secretos que se llaman Ulises.
El pretendiente
se pregunta entonces: ¿cuántos Ulises fueron rey en Itaca?
Pero nadie
contesta.
Imagen: The time keeper by Shooterbug