Mi tercera mujer tenía un aire a Uma Thurman, pensó y mordió el
contorno obeso del pan produciendo una hemorragia de mayonesa Hellmans que le
chorreó entre los dedos por la mano.
Carajo con la mayonesa, gruñó mientras lamía
–con una larga lengua de lagarto,
pensó– el derrame, distrayéndose en eso, dejando la lectura minuciosa que
hacía de tanto pormenor codificado.
Un aire a Uma Thurman,
así, flaca, rubia, lavada, con esos ojos de huérfano con hambre y esa nariz de
pajarito tieso que no aprendió a piar. Un
aire a Uma Thurman, siguió lamiendo el descenso amarillo y cremoso que se
infiltraba casi entre los pelos de la muñeca aplastados por la malla del reloj,
equilibrando los papeles para no mancharlos con esa grasitud sedosa y clara.
Dejó los papeles y se
dedicó exclusivamente a lamer la mayonesa encima de la piel y de los costados
del pan y del queso que también chorreaba la filtración exagerada. Lamer como
un hecho instintivo, sanador, igual que el de chuparse las heridas que sangran
o sacudir violentamente una mano achicharrada por una quemadura.
Los hechos
instintivos, que deciden muchísimas fracciones de la vida cuando el instinto
manda y uno lo obedece, casi por encanto. Como ahora, que leía lo intuìdo, lo
aseverado desde el retumbar de la corazonada como si Dios hablara y proveyera.
Mas no sintió placer. El descubrimiento de una verdad sellada no le produjo
goce. Sólo un reflujo ácido de pan y mayonesa, que le quedó oscilando en las
papilas, hasta que escupió un resto de esa pasta de muertos olvidados y se lavó
la boca, chupando directamente el agua desde el grifo del lavabo.
Mayonesa de mierda, renegó y secándose
las manos ya lavadas regresó a los papeles y sus códigos, como Pilatos.
(De: Hamartía - ed 2012)
Imagen:light painting by Wolf Hunte