8.-
“Deciiiiiiiiiiiiiiiime
¿qué fue lo que dijiste?” y le aprieto
la cabeza detrás del vehículo mientras Goldberg se restriega el rozón que le
voló la insignia del bíceps y la monja trata de vendarle la mancha de sangre
que baja del brazo al antebrazo.
“Te pasa por ir
tomando el fresco”, gruñe Huarkaya.
A mí me preocupan otros temas.
El camión
resiste, cubriendo tanta gente detrás, el arreciar de una metralla sostenida
hasta que Higa acierta con el lanzagranadas sobre el blanco y el silencio
regresa hacia el verde, los pájaros y la fina llovizna que moja el polvo, los
atados de mudanza, el hambre, el miedo, y tantas otras nadas acumuladas ahí, en
el centro mortal de los espantos.
“¡Explicamelo
ahora!”
“Después”, “ahora”,
“después”, “ahora”.
“Dejen de discutir ustedes dos" ordena Holowitz "Iala, iala”
Nunca se
abandonan las armas del enemigo muerto porque eso siempre se vuelve en contra por aquí, “iala, iala”.
En medio del
silencio lleno de llantos de niños que siguen sin acostumbrarse a los disparos, Freak gruñe, todos gruñen, “lo que nos faltaría es matarlos”, dice por fin Goldberg "los kadogos son todos iguales, como los chinos"
Higa lo empuja con la culata de su fusil. "Tú eres japonés, no rujas" se defiende Goldberg y Freak repite "si, matarlos, matarlos nosotros, eso nos falta en esta fuck mision".
“Callate Freak”, el
vehículo arranca y sigue.
Nosotros cuatro quedamos a pie relevando el objetivo que ya no nos dispara.
Freak revisa, “Mierda, te lo dije”
“¡Oh my g...im
himmel!”, comparten frase el Butter Jhonston y Engel, detenidos como estatuas
musgosas en un camuflaje de lluvia y verde, mientras bajan las armas y Freak
escupe un pedazo de diablo entre los matorrales.
“Hurry, hurry”,
grita la voz de Holowitz desde el camino por donde vamos en sentido opuesto a
los que se van a pie, escapando del núcleo de conflicto.
“Muévanse,
muévanse”.
Ellos no se
acercan, ni los que van allí ni los que se van de allí.
Freak y yo
avanzamos dos pasos más, “vamos, vamos, iala, iala”.
Engel alza las
armas.
“No hay nada
aquí. Todos están muertos, todos”, recuenta el Butter, “todo está limpio”, me
repite, mientras levanta otras armas.
“No hay nada. No hay nada por aquí”.
Yo levanto en
brazos el cuerpo quieto con el que tropecé.
“Iala, iala”,
apura alguien mientras regresamos al camino.
“No sé si sobreviva. No sé siquiera si llegamos al
Bosco...”, me susurra Freak y corre para detener el vehículo. Acomodo al kadogo
entre las monjas.
Goldberg pone
cara de idiota. "¿No está muerto? Apunta mejor la próxima" le recrimina a Higa.
9.-
Día 4.
“No tengo nada
que explicar. Tu deber es comandar, el mío conseguir acciones”, se desentendió,
entre el polvo y la incertidumbre, el barro, los que corren, los que disparan,
los que mueren, los que disparan, los que gritan, los que huyen, los que
disparan, los que mueren, los lloran, los que gritan, los que miran, los que
matan.
Las monjas
todavía no saben que hacer con la mujer.
“Tenemos que
llevarla al Panzi”, insiste Virginia, un robotito programado según Freak,
porque es el único nombre que aprendió de memoria y no tiene puta idea de
ninguna distancia ni de ninguna otra cosa.
“Son
antropófagos”, bromea Riera, que corrió con Higa a levantar el cuerpo cuando
Engel les dijo que se movía en medio del charco de sangre y que no le quería
pasar por encima, “a esa mujer ahí tirada” y la señaló tirada ahí, despedazada
en el medio del camino, sin morirse antes y sin morirse ahora, entre las monjas
y junto al kadogo.
“No te
preocupes”, me susurra Holowitz, “ciento diecinueve habrá ahora, es casi lo
mismo que ciento veinte”.
10.-
El
Águila nos recomendó. Su grupo no se encarga de este tipo de operaciones tan
“humanitarias” le dijo a Holowitz cuando hicieron contacto por primera vez y
además, están ocupados con un contrato más largo, así que no puede desviar
gente para ir a buscar 120 niños que alguien se hurtó de un programa de
investigaciones
“¿Qué
programa? ¿de qué investigaciones?”
Por
eso deben ser esos y no cualquiera.
Huarkaya
sigue protestando contra los cigarrillos mientras Goldberg, sentado entre los
muertos y los despedazados de la aldea, trata de que el viento no le mueva el
mapa mientras evaluamos las posibilidades.
“¿Investigaciones
sobre qué?”
“Si
obtienen la patente, son fabulosas las ganancias... de ellos”, susurra Freak.
“¿O
sea que eso es?”
Riera
sigue desajustándose los cordones de los borceguíes.
“Menos
mal que nos sacamos a las monjas de encima”.
“Nunca
fue por los niños del cura”
Miro
a Goldberg que no me mira, ladea la cabeza y se seca el sudor.
“¿Importa?..
A cambio de eso le financiaban los programas de asistencia”, interviene
Holowitz, “niños, conejos de indias, ¿alguien es otra cosa en este mundo?”
Yo
supongo que se refiere al mundo en el que estamos en este preciso momento.
“It’s
touch and go”, me había asegurado Holowitz para convencerme, “rescatar los
conejos y a otra cosa”, insiste por si se me olvidó, “así que lo más práctico
para hacer contacto es lo que negoció El Águila, de
otra forma no nos acerca ni Dios”.
“Ahora
los conejos están perdidos igual que nosotros”, dice Butter que regresa mientras habla, “y encima el
sacerdote que nos debía esperar, se desapareció a sí mismo a través de la
frontera. Todo es muy, muy placentero,
aquí.”
"Quememos
los cadáveres".
Es
más práctico que cavar.
(De: Viraje -Kivu Norte - Tercera guerra del Congo) ed. 2009