"Recuérdame, amor mío, que te escriba una carta hecha con
aves rubias. Una carta con aves y conejos de color caoba que disipan el sol y
alzan espacios de polvo fabuloso.
Recuérdame que escriba sobre las contingencias
de tus pies diminutos en la nieve, cavando los caminos de regreso con aquellos
zapatos mínimos que parecían botellitas de sangre. Eran rojos tus zapatos como
mis vendas rojas y como las frutas pequeñas y redondas que recogías entre las
zarzas áridas. Come, decías, son dulces como pequeñas gotas de alegría.
Tu alegría era roja igual que una manzana. Tu alegría era
una mancha roja que mordía mi pecho herido y pálido, y se deslizaba como un río
rojo pintándome singladuras de pájaros en un paisaje donde no había nada.
Recuérdame, amor mío, como eran las tardes milenarias junto
al fuego en la estufa y tu perfil de claridad contra la curva hostil de la
floresta. Dame esa mansedumbre de tus ojos de hembra de gamo que se oculta del
oso y la sonrisa por detrás del ala de tu cabello suelto.
Ya no recuerdo más que el olvido. He perdido el nombre de
las flores que juntaban tus manos y no sé nombrar el zureo de las palomas que
llegaban al pan, de tarde en tarde.
Recuérdame tu boca. Recuérdame tu lengua. Recuérdame las
aletas de tu nariz al borde del enojo y la fecundidad de tus pestañas frente al
llanto.
Recuérdame tu aliento y tu silencio y el suave derrotero de
tus caderas presas en mis manos y ese fondo lacustre de tu aroma ungiéndome la
boca.
Recuérdame que me recuerde siguiéndote el cabello como un
perro y la aventura de los viejos caminos en las cumbres donde las piedras
cantan hondas voces de agua.
Recuérdame, amor mío, si acaso soy aún esta soledad que no ha
cambiado."
Terminé de escribir la carta que me había pedido para su esposa y mientras se la leía, mi compañero sin manos murió sonriendo.
Terminé de escribir la carta que me había pedido para su esposa y mientras se la leía, mi compañero sin manos murió sonriendo.
Yo lloré.
(De: Ius soli)
Imagen: Album de la tropa