Estábamos al pie del universo como dos brevas rotas.
Dos brevas místicas para fundar otra vez la higuera ardiente
con nuestro fuego
hecho de eclipses pálidos y de víctimas huecas
y de sillones desde donde las abuelas del mundo
cantan pasas y almendras.
Nos mecíamos, frutales y planetarios,
en una deriva sin recodos,
en un mar de saliva malgastada,
en el lomo de un beso a medio hacer entre la prisa
y la incertidumbre.
Exponíamos el corazón semilloso y rojizo
con la dulzura joven
crédulos como un apósito encima de una boca de sniper
sangrantes y prolíficos en fe.
Nos volvimos oscuros casi sin darnos cuenta,
como un lunar morado
que se transforma en un lento tumor.
Nos quejamos ahora de la vasija de los higos secos,
un vicio de solos que odian la compañía de los vivos.
De: La temblorosa opacidad