De todo hay en el gremio, sindicados
en el orden caudal de las pelotas
como si la condición péndula te hiciera también hombre.
Como en todas las cosas
la discrepancia accede a los altos niveles de polémica
sus variados discursos.
Y uno que se jacta de saber de mujeres y de hembras,
de yeguas, de rameras y de monjas,
de listas y de imbéciles,
de santas que te achuran
y de guerreras que se rompen solas
se transforma en un ente
que no gime
ni gruñe
ni babea
por dos tetas bien gordas y un culo cimarrón.
Aprende que la concha se moja o no se moja,
que el orgasmo se finge,
que el bicho seductor te manipula con sus garras de seda,
que te chupa la sangre,
que te escupe mordido a la basura
cuando perdés el gusto como un chicle
y que sos un boludo.
Sobre todo te enseña la ancha condición de pelotudo
que jamás se entenderá con las mujeres.
Hasta que llegan esas que son esas
como un raro compendio de lo humano.
Esas que saben mucho y dicen poco,
que juegan con las cartas que no viste mezclar en la baraja
y siempre tienen póker
y hasta cuando lloran cantan póker
con ases de la vida.
Esas que no son esas o son esas que son
porque están sabias
maduras
maderosas de moras como un vino tannath,
complejas y altas
y vienen del camino con todas las cabezas
de los muertos del alma colgando de sus manos.
Y uno que no gime ni gruñe ni babea
por dos tetas bien gordas y un culo cimarrón
se clava a esas mujeres en los ojos del hombre
que se descubre hombre
ni hijo ni baboso ni llorón ni jodido
ni me falta la teta
ni soy un inmaduro que busco una mamá para mis nanas.
Se enmacha de repente y se endereza
la parte mujeriega y la gimiente
y dice:
esa mujer que choca con mi raza
es la mujer que quiero para mí.
Imagen: Femme battue by Mael Baussand