Por días de antifaz y de zozobra
camina un perro, flaco de sí mismo,
que una mujer no aguarda en la penumbra.
Ocupado en sus cosas como siempre,
flaco de sangre y furia entremezcladas
se dedica a medirse en las tragedias
como desarraigando el corazón.
La mujer en la sombra no lo aguarda.
Es un payaso romántico que, a veces,
pierde la identidad bajo la máscara,
destruye lo que busca y que lo sigue,
siempre incapaz del arrepentimiento.
Como su foto, ajado entre las piedras,
recorre sus preguntas sin hallarlas
en todo carnaval al que concurre.
La mujer en la sombra ya se ha ido.
Se ha golpeado la puerta de la vida
como la de una jaula sin amantes
que llevarse a los besos.
Y las páginas le cuelgan de los labios
y empapelan el tiempo
y ocultan la verdad como los velos
en una transparente oscuridad.
La mujer en la sombra es una sombra
de música marítima y amarga.
El payaso regresa a sus quehaceres.