Pienso
otra vez en Caín y en Abel.
Quizás
ellos eran como Jekyll y Hyde, parte de un mismo ser, dos caras diferentes de
una sola realidad.
Me
pregunto por qué Dios prefirió el sacrificio de la carne antes que el de la
semilla.
La
carne, esa cosa que palpita, que vive, que desprende calor, que tiene voz y sangre.
Eso le gusta a Dios.
Y
el tonto de Caín, sembrando toda esa mansedumbre verde, pacífica, sumisa
costumbre que cualquier hoz doblega.
La
carne hace más ruido, más olor, más resistencia. Esta viva la carne que llega
al sacrificio. Luego muere. Solamente muere.
Puede
ser el destino que eligió para nosotros. Matar, no sembrar. Morir, sangrantes y
descuartizados, gimiendo de dolor. Terminarnos. Exterminarnos.
—Sería
una ofrenda. Una ofrenda de Abel, su preferido. Todos los de afuera son sus
Abeles. Y nosotros, Caín. Trajimos las espigas…y Dios nos maldijo.– digo, en
voz alta. Casi no me doy cuenta de que lo digo en voz alta.
Todos
se miran con los rostros contusos y tiznados y ese vaho de pólvora que flota
sobre nuestros contornos.
Los
jóvenes se codean sin saber qué decir. Hacen gestos sin forma, sin identidad
previa, como si les hablara de una tesis sobre algo que no existe.
Hay
un constante reflujo de metralla en el aire. Suenan secos y esporádicos los latidos
de aquello que se muere.
—Nosotros
también somos Abeles. Abeles de otras causas, que sacrifican otras carnes para
satisfacción de Dios.– digo aún– Y no quiso la semilla porque la semilla no se
entrega jamás. Vuelve a brotar. Renace una y otra vez. Ni Dios puede con la semilla…o
con los árboles ¿no? Lo vegetal, digo.
Estamos
en este espacio que tiembla. Tenemos sed. Estamos heridos. Olemos nuestra
sangre y nuestra adrenalina. El miedo es un olor difuso en el que quedamos
encerrados dentro de este hospital. Encerrados como animales sacrificiales y
afuera, una cohorte completa de sacerdotes armados que quieren nuestros cueros
para forrar sus altares.
—Es
que al coronel se le da por filosofar cuando busca respuestas que no existen.–
les explica el japo a los muchachos que me miran con ojos de niños que sostienen
fusiles.
—La
carne muere y no regresa. Los árboles regresan si hay un poco de agua. La carne
nunca regresa. Dios prefirió a Abel porque a su modo era un exterminador. El
criaba lo que no regresará. Lo que no puede renacer de sí mismo.
Llegamos
hasta aquí con algunos insumos médicos que pudimos rescatar de la emboscada
antes de empezar a correr y que no alcanzaron para la cantidad de enfermos que
se apiñan dentro de estas paredes.
—Por
eso Dios maldijo a Caín. Por matar a su exterminador elegido, el que sacrifica
la carne que es lo que no puede regresar por si misma a la vida. Y Caín de ese
modo se transformó en Abel, por lo cuál Dios impidió que alguien lo matara. Y
lo hizo nómade, obligado a convertirse en un exterminador por no poder
establecerse a hacer espigas, porque el sembrador necesita un lugar en el
mundo.
—Ya
ven…Por eso se llama Gavriel. En este momento nos está transmitiendo una razón divina de por qué estamos atrapados en este desastre.– se ríe Huarky que calcula el tiempo que hay entre la
muerte y el rescate.
—Por
eso hay tantas guerras y Dios no interviene. Nunca es suficiente el sacrificio
que puedan ofrecerle sus Caínes.–insisto.
El
japo corta por lo sano y me manda a dormir.
(De: Poiesis de las barcas - ciertos diarios de Hyde)