"Las mujeres quieren aprender las historias con miedo en las que los hombres se cohíben. Quieren saber la dimensión sañuda con que el miedo aplasta los contornos de los hombres más duros y preguntan ansiosas por el cuento o esperan impacientes que llegue el contador.
Se mantienen sin luz, como al acecho de una presa mística, con la que ensayarán el don de restañar que les fue concedido. Ocultas en su fuerza sanadora, se mantienen en expectación trágica, aguardando el momento de curar los pedazos del hombre de sus sueños".
El Sr. Hiroshi extiende el vaso de agua fresca que acaba de servir. El agua ahí es opaca, como si los vasos estuvieran helados, pero sólo es una sensación. El agua en sí es opaca, de un sabor ligeramente turbio como ella, sin dulzura. Aunque provenga del dispenser es opaca, quedamente salada, con un resabio a fondo de la tierra de donde nace el mar.
Desde muy jóvenes, el Sr. Hiroshi y los demás, han tenido dificultades para comunicarse con Lahyani.
Al principio insistían igual que las mujeres insisten en modificar la conducta de un hombre, pero luego cedieron, permitieron, aceptaron. Buscaron entonces otras formas de entender a aquel extraño enteco cuya mirada siempre albergó una insolencia triste.
Ese vaso con agua fresca pero no cristalina, es para el Sr. Hiroshi parte del lenguaje en el que habla su silencio con Lahyani.
Desde el ventanuco polvoso se ve el patio. Trabaja gente allí. Hombres locales y coloridos tratan de restaurar una mampostería de la que brota el tiempo de no ser habitable y se obstina en sus pátinas.
Los hombres van y vienen destruyendo las pinturas del tiempo, sobrepintando vida.
Lahyani pregunta pocas cosas que el Sr. Hiroshi omitió relatar más por olvido que por trascendencia.
El calor los entumece y los vuelve torpes en el diálogo. Hiroshi sabe que Lahyani no tiene ganas de hablar, así que él tampoco habla. Obedece al silencio de su amigo, como un amigo fiel.
Tampoco pregunta por la salud del otro. Infiere que está bien, ya que está allí y sabe que aunque estuviera mal, no lo diría, porque jamás lo dice. Hiroshi piensa que Lahyani no advierte el malestar o que tiene el umbral de dolor un poco alto o que disocia el cuerpo de una mente que deja de prestarle la atención debida a toda carne. Lo piensa porque aprendió a saberlo después de varias y tristes experiencias.
Lahyani no es de quejas. Tiene esa cosa rara y animal de estar tirado con la serena resignación de un caballo, sin emitir sonido y respirando mal, mientras se muere.
Lo encontró así la extraña noche aquella en que tomó las riendas de la vida del otro, como las riendas de ese caballo no quejoso y muriente, echado de costado en el medio de un charco descompuesto, en el que boqueaba espumarajos corrosivos y que era incapaz de emitir un único pedido de socorro.
Hiroshi, íntimamente, ha concebido la idea de que Lahyani se dejaba morir sin darse cuenta porque en el fondo está exhausto de vivir.
Mientras lo mira beber, con los ojos perdidos en el patio y en los trabajadores, decide hablarle de los avances en la Delegación.
Un lugar múltiple es el lugar aquel, donde un roto y un descosido pueden convivir sin molestarse y potenciándose o cubriéndose uno a otro. Un lugar múltiple, para necesidades múltiples, en aquel borde múltiple, por el que la vida corre ya hacia un lado o ya hacia el contrario, con una extenuación pulverulenta que disgrega cadáveres.
La mujer cruza el patio y el Sr. Hiroshi percibe la atención de Lahyani en aquella figura que para todos ya es parte del hábito. Siente en el aire algo que gravita bruscamente.
La mirada persigue a la figura de talle presuroso y cabello encelado que el sol devora de calor y brillos.
—Es Hanver. La analista.– dice el Sr. Hiroshi, como si fuera el encargado de arrojar una piedra y romper un cristal predestinado– Tu fan…para más datos. No deberías dejar tus memorias regadas por todas partes y a los ojos del mundo. Leyó todo lo tuyo.
—Que le dieras “mi oficina” no es mi culpa. Mis “memorias” estaban en “mi” oficina, hasta que la hiciste “su” oficina.
Lahyani es brusco en la respuesta muchas veces pero Hiroshi lo sabe y no se inmuta.
—Era la única acondicionada como para que trabaje una mujer.– replica.
Lahyani sale de la Sala de Líderes, pensando que tiene nombre de Sala de Profesores y camina hacia donde la mujer del talle que antes cruzaba el patio bajo el sol, fue hurtada por la sombra de la habitación.
Abre la puerta con un gesto duro. Sin golpear la sorprende allí, como a una niña que lo mira fijo , igual que un recuerdo inoportuno ocurre en la memoria.
Se miran, repentinos, a los ojos.
El Sr. Hiroshi irrumpe también, lo mismo que un tropiezo.
—Officer Hanver…el comandante Lahyani.– los presenta, casi protocolar.
Algo en el aire rompe lo estatuario.
Ella susurra apenas “mucho gusto” cuando extiende la mano.
Por alguna razón él no responde. Estrecha la mano, solamente e igual a como entró, vuelve a salir.
Mientras se aleja, escucha a Hiroshi decir “es de hablar poco, no se preocupe, officer Hanver”.
(De: El pájaro de seda - fragmento de la segunda parte)