No juegues, niña, con esta soledad intermitente.
No aparezcas en mí
igual que los fantasmas o los muertos.
No llegues de la ausencia con esta voz de cartas.
Recuerda cuando yo decía ashes to ashes.
Ashes to ashes y el mundo será fuego una vez más
en una vez cualquiera.
Siempre regresas desde el oriente exangüe
con un sol jubiloso
como si fueras un pálido otoño intermitente.
¿Sigue enojándote de mí
esta forma de amar de dromedario
este paquidermismo de mi cuero que se extiende
brutal
a mi memoria?
Niña de los idiomas que no hablamos
mientras nieva en tus cartas y entre mis cartas
llora la intrepidez de mi fonética
quedamos
hechos ambos de un caos invulnerable al tiempo
como dos hojas prójimas
en un libro que han comprado otros.
Yo no pienso en tu nombre como un juego
que transcurre en el agua.
No pienso en tu nombre tangible, como un juego
que transcurre en el agua.
Sólo pienso en tu nombre como un puente
en el que yo me escribo de puntillas
como un equilibrista que no quiere morir
después del vuelo.
Me impongo no volar.
Tu nombre vuela.