La carta en la lluvia
Puedo
quedarme el resto de la vida debajo de la lluvia.
Tú sabes
–si alguna vez supiste algo de mí– que tengo vocación de silencio. El silencio
es para mí un modus vivendi, como la soledad que no interrumpo o esta especie
de melancolía sin pájaros y con algunos ríos.
Añoro el
mar cada una de todas mis mañanas con pocos ríos y sin ningún mar.
Añoro el
mar como si nunca hubiera naufragado y todavía existieran esos tesoros mansos,
abocados a un tiempo de reliquias que el mismo tiempo se ha encargado de
olvidar en desiertos profundos.
Ya
sabes…me he dejado tentar por la parte impronunciable de los alfabetos y en esa
parte escribo, por esta vocación de incomprensible de la que todos me acusan,
aunque a veces lo hagan suavemente.
El mundo
está siempre de espaldas, pajarita. El mundo está de espaldas a su pecho.
En esta
época llueve por aquí y aparecen en mi paisaje pequeñas venas húmedas como si
sobre esta tierra avasallada hubieran llorado demasiados hombres.
Se me ha
llagado la boca de demonio por tanto tener sed y ahora que llueve sobre esta
plenitud de la congoja, me impongo no beber como una penitencia multitudinaria
para todas mis bestias de uñas gruesas y dientes que rechinan.
El
corral de mi piel tiene ventanas y a veces creo que es tu silueta de ave
transparente la que dibuja plumas en mis vidrios con polvo, pero como todo en
el sol es espejismo en las latitudes más desérticas, cuando llego no estás o ya
te has ido igual que los fantasmas que empujo al inconsciente.
Ya
sabes…divago entre los mosquitos que ha levantado el agua de la lluvia y este
calor hecho de luces plenas que ha conseguido verdecer las plantas para aroma.
La
cocinera ya no está tan flaca como cuando llegó y usa las plantas en todos sus
potajes. Ella le habla a las plantas que se han puesto verdes como si las
palabras de su boca fueran letra por letra las gotas de esta lluvia que ha
terminado por acampar en mi silencio, ese silencio en el que te hablé siempre y
que en verdad es sólo una expresión de mis palabras cuando se han olvidado de
morir.
(De: Regreso de las aves)