Estás en el fracaso donde el éxito sobra
y hay apenas
esta vocación sucia
medio muerta
y hecha a la cuestión de si sobrevivimos
o van a darnos
una puta medalla al mérito del miedo
que otros declinan porque el miedo es difícil.
No habrá otra cosa.
Sólo lo burdo que implica el heroísmo
que en el fondo no es tal.
No sabría explicarte qué carajo es el heroísmo.
Lo intento igual y hasta capaz que sirve.
El heroísmo dicho sin medallas
es un hombre que cree.
El heroísmo dicho sin medallas
es un hombre que lucha por aquello en que cree
sin fundamentalismos
que lo alejen del hombre en el que el hombre cree.
El heroísmo es eso de estar ahí
cuando todos te llaman y cuando nadie acude
al llamado de todos.
(Solo uno, que ni siquiera es héroe
de esos de celuloide tipo joliwud
sino un humano
a – penas)
Pero si tengo que decirte
a – penas
creo en el hombre.
Eso me lleva a creer en que todos los heroísmos
son posibles
mal que le pese al que le pese un héroe
en chancletas
y a pie.
No me pienso morir tan
repentina
-
mente.
Es cierto
que pareciera a veces que la muerte
me acaricia las bolas y me chupa la pija
hasta que acabo.
Pero sincera
-
mente
así es mi relación con el fracaso de esta enfermedad
y así es mi relación
con todos los fracasos
entre los que se incluye lo fracasada de esta
enfermedad
que no me mata (dicho sea de paso que rima con fracaso).
No me jodas la vida
cuando el destino empieza en un quilombo
y he visto demasiado.
Hermano de mi vida iconoclasta
no me jodas
lo poco que me
queda de mi iconoclastía
y me hagas dependiente
de una fe absolutista como el hambre de Dios
cuando
no
existe
un dios que haya sobrevivido al hombre
que creó en un mal día.
Pongo en duda la fe del mundo entero,
porque si yo fuera ese dios por el que todos matan
me habría suicidado hace ya mucho tiempo
por inútil.
Ya ves, hermano, así de libre
es el libre albedrío de mi convicción única.
Estoy tan pobre
que los bordes me huyen, compañero.
La vida entera huye como un mural de esquina
donde no hay altruismo
quizás apenas algo de arte ególatra.
Huímos.
Conjugamos el verbo
en sus semánticas posibilidades:
yo nunca huyo
quizás huyera o huyese en otras circunstancias
huye tú, compañero
huiría pero ya sabes que debo estar aquí
La vida
es un laberinto obsoleto que huele horrible.
Huele a la putrefacción del Minotauro
en innúmeros cestos de basura.
Todo será una infección consecutiva
por el virus del hombre.
Y la caverna de Platón será un poroto
que encima
no germinará ni aunque lo riegue sangre.
Se ha extraviado mi lágrima
como la lluvia muere dentro de un secarral
y así me ves
achaparrado y encogido
a punto vegetal como un acto final de resistencia.
Soy una porquería metafísica que mastica dolor
y escupe sangre
llevado por la ira y agostado por la larga impotencia.
Acaso una piedra semental de la que nace
la fagocitosis
y el mal clima que impera a donde voy
siempre descaminado.
A veces recuerdo nuestras campañas victoriosas
y descubro este envejecimiento
del alma y de la víscera.
Ahora veo mutilaciones,
deduzco cadáveres
de mis viejas estadísticas del éxito
y habito con desnudez
en uno
y otro
y otro
y otro
fracaso
con-se-cu-ti-vo.
Nos falta practicar la antropofagia,
el viejo sexo oscuro de los rituales con vírgenes
y comernos la fe del enemigo
para recuperar el acto voluntario de creer.
Ellos están convencidos y en nosotros
la duda
es un estado de conmiseración hacia la asiduidad
combatiente.
Tu grito intenta consolar mi grito
y formamos un grito por grito
igual
grito al cuadrado
un doble grito
que se cubre la cabeza como un hombre
extenuado a estallidos y pedazos que llueven
sobre su cabeza de grito
cubierta por sus brazos de grito
para protegerse de los pedazos de grito
que caen sobre él.
Luego hacemos silencio
como si se nos hubiera terminado la garganta.
La piedad es a veces
esa situación moderadamente pegajosa
que no deja latir mi corazón.
Una babasa
compuesta por una larga filiación de flatos de colores
que propugnan una danza luctuosa
alrededor de un hueso.
Estás enojado, compañero mío.
Soy el tipo que invoca los espíritus de la fatalidad
y el desengaño
y va por el camino
descabezando estatuitas de Heidis primorosas
como si fueran buenas mujeres a las que pincharles
los ojos del alma con una espina.
La piedad es como una calígine viciada
que huele a piel y pelo
calcinados
y se arropa en el llamado feraz de la pólvora
como en un traje de graduación.
Es una rosa purulenta.
Una rosa macabra que alguien colocó por error
donde nada florece.
Imagenes: Album de la tropa