“Cuando ellos se conocieron,
los dos estaban solos. La de él era una soledad compuesta de soledad y de violencia. La de ella era una soledad
donde acampaba un hambre que despacio se quedaba sin dientes.
Yo, por entonces, tenía una
novia que era sólo mía. Él nunca me la disputó ni ocupó mi lugar porque
entendió que la novia que yo me había buscado necesitaba de alguien como yo y
no de alguien como él. Se lo agradezco, porque no llegó a hacerle nunca daño. A
su modo, la cuidó para mí.
Luego ella murió y yo también
me quedé solo y ya no me fui buscando novias que no fueran para compartir. Toda
la vida compartimos todo de una manera natural aunque las mujeres siempre las
proveyó él, dado que con mi primera elección (y debo decir en mi favor que era
muy joven) fallé de plano. Nos divorciamos –ambos y enseguida– de una francesa
hermosa que se asustó de él y sufrimos los dos, no solamente yo. Sufrimos,
digo, porque él se volvió mucho más él después de aquella herida que recién ahora,
luego de treinta años se ha curado en nosotros.
Esta mujer de hoy es toda suya
aunque a veces ella apele a mí para que imponga la cordura en ambos”.
Tengo a esta mujer madura y
rubia montada sobre mí.
Su piel entre mis dientes es
la ruta de un canto que se ahoga y, su boca, su boca es una vulva y su vulva una boca, y ambas
se abren con algo de flor ácida, para mi lengua que explora en la humedad. Murmullan
suavemente una pasión grávida que yo he ido olvidando en este largo tiempo de
no explorarla al borde del desastre.
Ella me llama “mi bestia
dolorosa” cuando busca que el sexo le haga daño. Tiene algo de sadomasoquista
su cintura que ya no pueblan hijos y su fuerte cadera leonina, de hembra de
pradera que anda cazando a un macho por las sábanas.
Sus pechos son macizos y
constantes, con un sabor ligero a grasa humana que me gusta lamer con lentitud.
Lamo y lamo sus pechos como masas sudadas, manoseadas y tensas, que mis manos
estiban en mi boca con juegos simples que la hacen reír.
Ella también me lame. Con su
lengua y sus ojos me lame la piel y las ideas, agazapada como un devorador.
Tiene ojos densos por los que asoma un clítoris mental que mis ojos provocan al
orgasmo. Mucho hay de mental en nuestra química aunque parezca toda hecha de
piel.
Hay más mente que piel en
nuestra química, como una fantasía que podemos realizar más de una vez y
siempre a nuestro gusto porque ni ella ni yo somos monógamos, aunque quizás
tengamos algo de endogámicos.
Pertenecemos al mismo grupo
de desajustados y nos comportamos como tales, en la cama y la vida por igual,
aunque ella es más formal que yo de cara al sol. Sin embargo, cuando estamos
solos, me permite que explore los espacios que la religión ha prohibido. Entonces
practicamos el ver cuánto puede tener de
rabia el sexo y hasta dónde somos capaces de llegar al provocar y recibir
placer.
Siempre llegamos lejos, a
veces demasiado porque lo nuestro es ver quién es el dominador y quién el
dominado, ya independientemente de lo que uno y el otro representan en otros
escenarios que no quedan aquí.
Yo soy el más fecundo si ella
busca dolor. Y ella es la más sabia para ciertas torturas con las que el oficio
que ejercemos nos tienta por igual.
Es buena torturando pero yo
como torturado soy atroz porque el juego se transforma no ya en una puja con
esa mujer que me tortura, sino conmigo mismo que resisto y así los roles cambian.
Ella se frustra y yo me fortalezco una vez más.
Es raro que caigamos en lo
convencional de dos amantes que se reencuentran, porque nuestra relación es
laboral. Por eso me asombra cuando esa boca suya, entreabierta y acústica,
vuelve a quebrar su voz sobre mi pecho con un: “Te extrañé tanto, tanto. Te amo
tanto”, mientras sus ojos lloran.
Yo cierro los oídos y los labios
y mastico el quejido como una implosión liberadora de todos los anclajes, allí,
donde esta mujer rubia se derrumba conmigo en un derroche de cuerpos satisfechos.
Prefiero no pensar en sus
palabras, ni siquiera ahora que ambos respiramos esta calma sobre la piel viciosa
que va perdiendo agitación despacio, porque las palabras que esta mujer ha dicho
no están en el libreto ni son parte del show de los orgasmos, de esos orgasmos
que provocan que una hembra –a la cual no amamos– se abra y a pesar de nosotros,
nos diga su verdad.
(De: Animal de tormenta - Los diarios de Aivan Jaid)