Cuando escribas
de mí nacerán peces y vendrá la marea a untar tus ojos con ese color glauco que
tienen los crepúsculos. Vendrá el mar a tus pies, como un verde animal, dócil y
ansiado, que se acerca al silencio en que se ama de boca y de pecho para
adentro. Vendrá el mar como un niño, como un perro, como unas viejas alas que
van buscando un pájaro, moribundo de arena y azorado de sol, que duerme a la
intemperie.
Cuando escribas
de mí quizás el aire arda como fuegos circenses; esos mágicos fuegos que surgen
de criptas invisibles y que cobran un vuelo sin estrépito, quemando con sus rojos
y con sus amarillos la mirada.
Cuando escribas
de mí yo no estaré pero estarán mis cosas como un hábito hecho con retoños que
huelan a papel que se ha añejado de amarillos y el perfume de la habitación
tendrá el picor calmado de la tinta madura siempre líquida y siempre azul,
también.
De mí, no habrá
tecleo que haga de comején marrón de la madera en el ambiguo oscuro de la
noche, como un pequeño insecto que royera de la memoria su fondo bautismal.
Cuando escribas
de mí lo harás a mano, porque es como mejor se aprehenden los recuerdos y uno
puede quedarse un rato allí, mirándolos bailar en la garganta como malabaristas
que han olvidado la ortodoxia e improvisan trapecios en la altura de gastarse
los sueños más brillantes.
Llegará el mar
lo mismo que el recuerdo, hecho un mundo de pausas donde quepa la vieja luna de
Tangerine dream y llegarán los fuegos como un símbolo celeste con antorchas y
una danza de arena igual que un chal de viento y un caracol de palmas y una red
y alguna flor sin nombre y las tapas de un libro sobre un bote de remos.
Mirando el mar,
los dos sabemos que soñar en colores no nos cuesta.