Apendicitis crónicas (las páginas colgantes)

TEORÍA DE LA PROSA - IRRESPONSABILIDAD DEL VERSO - IMAGINACIÓN DEL ENSAYO - INCERTIDUMBRE DE LA REFLEXIÓN

En memoria de Elías z'l

Haiti (album de la tropa)


—Hemos llegado a la edad de los muertos —dice el hombre que preside el grupo, mirando a los demás que están ahí, mirándolo también— La edad de los muertos es esta en que ya no somos jóvenes y comenzamos a perder los trozos de nuestro alrededor. Empiezan a morir los que se nos parecen. Empiezan a enfermar y a morir los que se nos parecen y nos acompañaban por la vida, con esa euforia fatua que nos impone la fatua eternidad. Uno se siente eterno hasta el momento en que toca morir.

Ninguno de esos hombres de la mesa parece ni muy joven ni muy viejo. Tienen esas edades intermedias donde las canas asedian las cabezas y las tristezas asedian las miradas. Aún son ágiles porque la vida que llevan lo requiere y sus mentes también están entrenadas para la agilidad y la resolución, como sus cuerpos.
 
Es esa extraña edad transicional la que atraviesan. La edad en que comienza a opacarse el optimismo irreverente con una sombra de objetivo convencimiento y la vida ya no luce como una aventura desmesurada sino como un camino ancho en el que se necesita paso firme y mirada larga.

—Cada vez quedamos menos —dice otro de los que están allí y eso es verdad. Cada vez quedan menos y cada vez se sienten más desnudos, más pocos, más solos y los pocos que quedan, más unidos y más necesitados los unos de los otros.
Han crecido y madurado juntos. Son amigos. 

Un amigo es un hecho irremplazable, piensa el que habló primero y arengó a los demás con esa cuota de filosofía que respondió al pedido: “Dí tú las palabras”.

Los amigos permanecen juntos, se aferran unos a otros y permanecen junto a sus amigos. Nadie se baja del escenario de su amigo si no es llamado por la muerte y si es llamado, allí queda su lugar: lo ocupa su recuerdo y todo lo que dio.

El hombre que dijo las primeras palabras piensa así y recorre su vida. Sus amigos siempre se quedaron con él, lo rodearon. Sus amigos en todos los ámbitos en que se hizo de amigos, se quedaron con él, siempre con él y siempre de su parte. 

—Una conducta proba y leal se mide por la cantidad de amistad indisoluble que nos rodea —dice, como si hablara consigo mismo y no con los demás— Un hombre honesto se mide por la amistad de sus amigos y por el respeto de sus enemigos. Hay gente que no obtiene ni una cosa ni la otra porque no sirve para ser ninguna de las dos. Esos, se quedan completamente solos, porque si en algún momento cosecharon algún fan de ocasión, hasta ese fan abandona el teatro tarde o temprano y en el escenario de la vida, el que no sabe ser amigo leal o enemigo honorable, se queda solo. Es la ley de la verdad.

Después de las últimas palabras sucede el minuto de silencio. Luego comienza el rito funerario.

Imagen: Terremoto de Haiti (album de la tropa)

Esto... es la vida


Este video me lo pasó una amiga que me dijo: "Mira, Gaby, te he pillado en un video"
Cuando lo vi, entendí.

En nuestra experiencia el valor de lo pequeño hace de la vida algo muy grande.


Resurrecto




Las noches de este lugar están formadas por infinitas plumas negras que ese húmedo viento costero agita como un enorme abanico en el silencio.

Boca arriba en la atmósfera que brilla con mínimos latidos luminosos, sobre la cama fresca, pienso en todas las veces que morí. Las recuerdo como gajos de una fruta cítrica que mis labios degustan. La vida es una perfumada fruta cítrica que mi boca acaba lentamente.

Antes, la muerte era un hecho fortuito que inexorablemente sucedía sin que uno pudiera resistirse. De ahí lo de fortuito. Impredecible el cuándo, impredecible el cómo, predecible, sí, el porqué, porque -mucho más allá de que todos los hombres hay un día en que mueren-, hay hombres que van hacia la muerte siempre, como yo. Ella decide cuándo es que uno llega hasta su tumba.

Nunca me importó demasiado el hecho de morir. Resucitaba victorioso y victorioso me reincorporaba a las batallas como si jamás me hubiese apartado de ellas. 

Quizás esas muertes tan breves no me permitían un análisis exhaustivo de la vida y sólo me quedaba echando un pulso con la desventura, rebelde como soy a hincar en tierra la rodilla y aceptar cualquier tipo de fracaso. Lucho a muerte con todos los fracasos y no he aprendido a darme por vencido “ni aún vencido”, por citar a Almafuerte, cuyos Sonetos Medicinales fueron un oportuno himno que cantar en mi infancia y en mi vida.


La noche trae pájaros de aroma que me rozan los músculos con nidos de aire y agua.

Lo que me ha enseñado esta última muerte en la que estuve esos tres meses muerto, es a alejarme de la lucha mezquina, del mundo en que el rencor se suda porque sí, porque no se le busca una salida que construya mejor el corazón. Alejarme de los que profesan obsesiones dañinas y viven, enfermos, para ellas. Alejarme de los que menosprecian a los indefendibles y de los que destilan a diario una insatisfacción que nunca acaba, habiendo tanto alrededor con qué satisfacer el mínimo goce de una felicidad que se construye toda de cosas mínimas.

Yo he aprendido a habitar la adversidad y a no elegir, de todos los papeles que ella me propuso, el papel mediocre de la víctima. He habitado siempre en la adversidad, pero soy su habitante, no su víctima y en la adversidad he construido infinitas veces la alegría, incluso desde el llanto y también desde el enorme desgarro de la furia.

Como dije en alguna otra ocasión, este luchador que hay en mí y que no ceja en el mundo de sus causas, ahora, como un feroz espíritu oriental, ha aprendido la piedad contemplativa. 

Esta última muerte, tan larga, tan oscura y a su vez tan amplia e iluminadora, ha moldeado o templado ciertas zonas hirsutas de mi espíritu y ha remediado en mí los rangos de importancia, y la hermosa estructura de la vida: lo precioso pequeño con lo que alimentamos cada paso y nos nutre de calma.

Desnudo, intacto, con el mapa del cuerpo validado a tragedias, exploro con indecencia e inocencia el desconocido mapa de mi corazón.

La noche es una esencia que respira encima de mi viaje y navega en mis ríos la pulsación natural de un regocijo que nace de saberse. 

El buen amor ha escrito su milagro. He sabido leerlo y traducirlo al idioma de todos mis demonios que ahora viajan conmigo, cantando y agradeciendo, como si fueran nuevamente el niño que decidió enfrentar la adversidad y aún sonreir. 


Continuación del canto



El otoño está entrando en el ancho jardín que rodea la casa y sin embargo, aún todo parece atrapado en esa temporada alta de verano donde la alegría es un montón de sol sobre las cosas.

Pero no es un asunto del clima este fenómeno. Es una cosa de haber hecho de esta casa un refugio en el que uno se despierta oliendo el pan tostado y cuando llega, cuando abre la puerta de entrada al regreso de estos viajes secos, la casa es un agasajo perfumado y profundo, que huele a chocolate y a canela, que huele a mermelada de naranja y a maderas lustradas de algarrobo. Huele a hogar esta casa con una intensidad avasallante.

En ella crío a mi hijo. Crío a un niño feliz bajo el amor de una mujer serena, brillante y armoniosa, que conoce las pausas y sabe hacer del amor una magnolia y también un plum pudding. Lo aprendió de su madre, de mi suegra, su madre, que sin duda es un toque de Dios sobre este mundo.

Crío a un niño que se desarrolla en plenitud, como me han dicho todas sus maestras. Un niño sano, luminoso, solidario, fuerte. Inquieto y amoroso. Un niño cálido y ancho igual que una buena promesa, con el que juego, con el que voy a nadar y a navegar, con el que arreglo el auto y las canillas que pierden y al que le leo cuentos y le relato historias de la Historia. Un niño con el que damos vueltas en la moto y hacemos sus tareas del colegio mientras asamos la carne para todos los almuerzos de domingo. Un niño que me interroga y que a su vez, me obliga a interrogarme.

Crío un niño que habla naturalmente tres idiomas, que descubre el mundo con una curiosidad que me conmueve y me vuelve dichoso igual que un niño. Creo que esto que siento es la alegría.

Mientras escribo lo veo correr remontando un barrilete y secundado por el perro que es su guardia y su cómplice. Le fabriqué un barrilete esta mañana, con caña y con papel de seda suave, bien a la vieja usanza. Amadî me ayudó con esa voluntad de saber todo que pone en cada cosa. El mundo para él es todo incógnitas.

Mientras lo veo correr pienso que criamos un niño y somos una familia numerosa que llega a reunirse porque el amor lo quiere de esa forma.

Amadî ya no recuerda que lo levanté desde un canasto en llamas en Somalia. No recuerda el terror. Es como si se le hubiera borrado esa vivencia.

La vida es demasiado amplia para quedarse solamente allí y, como decía mi hermano, siempre queda adelante. Hay que seguir y permitirse y permitir a otros chocar de frente con la felicidad.


De las cartas cerradas y otras incoherencias (tomo dos)



Carta abierta

No he tenido demasiado tiempo para discutir el asunto con Benedict, aunque me ha perseguido toda la tarde con tu carta en la mano, repitiéndome, en cada oportunidad en que hice un alto: ¡Vamos, Aivan, te importaba esta niña! ¡Realmente te importaba esta niña! Por eso hablaste con ella aquella vez.

Y dice la verdad. Me importabas. A través de lo que me contaban de vos te sentía frágil, un pajarito hermoso de cristal quebradizo, una flor pequeñita asida a la aridez de una montaña que deslava y deslava y no consigue sostenerse en pie.

Yo pensé que sólo le importabas a Benedict. Siempre pensé que le importabas a él porque yo no me meto en sus asuntos bondadosos. Yo soy el que pelea, el que defiende, el que pone el pecho tras el que Benedict refugia su corazón, porque como yo no tengo, él me presta el suyo cuando esconde detrás de mi entereza su dolor.

Pero él y yo nos parecemos en algunas cosas. Una vez que cerramos una puerta, no volvemos a abrirla jamás. Y es lo que pasó. Por eso él no entiende la aparición tan desfasada de esta carta que enviaste ni entiende las cosas que decís en ella, tantos años tarde.

Me la ha dejado responder a mí, porque él no entiende de qué le estás hablando o si, en verdad, estás tan pésimamente informada de las cosas, que le pedís que deje de hacer cosas que jamás hizo, una vez cerrada la puerta que te comento antes.

En un momento me hablás de que existe una parte que me ataca y otra que me defiende ¿De qué me defiende? Primero, porque yo no necesito defensores ya que - en el tema que nos ocupa- no he hecho nada malo y segundo, porque no existo hace muchos años en el ámbito que tu carta relata.

No necesito que nadie me defienda frente a nadie, porque he obrado con rectitud y con nobleza y por sobre todo, con verdad y lealtad y que pudiendo aprovecharme de la debilidad que tenía frente a mí, lo que hice fue mantenerme en mi lugar, que es lo que debe hacer un hombre de bien que además se precie de serlo. 

Así que no sé a qué viene eso de que alguien habla mal de mí. Si alguien lo hace es por su cuenta y riesgo o porque le han contado la versión equivocada de la historia, ya que en todas las historias, hay, por lo menos, dos campanas. Y si alguien me defiende, también por su cuenta y riesgo, es porque sabe la verdad de la historia y no por lo lindo que soy.

Para tu tranquilidad quiero decirte que este asunto al que refiere tu carta terminó el día exacto en el que yo le di fin y nunca jamás volví a tocar el tema y menos aún, hablar de él, ni mal ni bien, con nadie. Es un tema cerrado, como la puerta, y quedó allá, en los años en que lo cerré y ni por asomo se me ocurriría regresar a él. 

Eso está terminado, cerrado, muerto y enterrado y puedo tener muchos defectos, pero no ando profanando tumbas y menos todavía, vilipendiando cadáveres. Tengo en muy alta estima mi hombría, como para semejante bajeza. Eso debe quedarte completamente claro, para tu tranquilidad. 

Yo no escupo sobre la tumba de nadie, jamás. No lo hice, no lo hago y no lo haré. Te doy mi palabra de honor de que eso es tal y como te lo estoy diciendo. Una vez cerrada la puerta, no regreso nunca jamás al cementerio ni vuelvo a nombrar al muerto.

Y quiero hacerte una última salvedad. Toda herida profunda, cuando cierra, produce una cicatriz. La cicatriz, por el tipo de tejido que la conforma, es una zona insensible. Eso es lo que pasa conmigo. Por eso, no necesito regresar jamás al cementerio y menos todavía, hablar mal del muerto. La tumba con su muerto desaparecen para siempre de mi vida.

Los muertos están muertos y yo, como decía mi hermano: "No veo gente muerta".

Lamento si esta carta está escrita en términos drásticos y te provoca dolor, pero como te digo, no entiendo muchos de los términos de la tuya, ya que las cosas no fueron así en su momento y menos aún son así, ahora. Digamos que la tuya llega demasiado tarde. Demasiado tarde.

Antes de ponerme a escribirte todo esto, le dije a Benedict: "La mejor carta abierta es el silencio".

Él pensó que solamente por ser vos y porque me importabas en aquel entonces, tu carta ameritaba una respuesta. No hubiera querido jamás tener que escribir esta.


Feel

Antes de darlo y cuando ya lo ha dado, uno sabe que el paso es algo irremediable. Pero lo da de la misma manera en que siente el peso del cuchillo y su hoja, cuando va a defenderse sin ruido en la negrura.

Entonces corta. Abre camino y corta porque esa es su misión o su objetivo. A veces, hasta su compulsión.

Uno da el paso de decir la verdad y se libera, siente como se cae la mochila desde adentro del vicio de sujetarla hasta quedar doblado y de repente, regresa, sin ese peso hondo, a caminar erguido.

Luego, una vez que ya se ha dado el paso, ordenado el tablero y vaciado la escarcha, cuando el otro nos ve como un cristal que acaba de romper un grito fáctico, cuando el otro dirime que estamos en una intemperie que desconocemos porque nos hemos roto y renacido más allá de nuestra carne viva, queda así, estupefacto. Y prefiere alejarse de aquello en lo que se refleja extrañamente, como en un charco a medio coagular y que él mismo ha provocado.

La verdad es parecida a la voladura de un puente. 


La verdad, en este caso, es parecida a la voladura del único puente que podía acercar dos soledades destinadas a no entenderse nunca. 

(De: Hojas de sombra - ed 2012)

Participan en este sitio sólo escasas mentes amplias

Uno mismo

En tu cuarto hay un pájaro (de Pájaros de Ionit)

Un video de Mirella Santoro

SER ISRAELÍ ES UN ORGULLO, JAMÁS UNA VERGÜENZA

Sencillamente saber lo que se es. Sencillamente saber lo que se hace. A pesar del mundo, saber lo que se es y saber lo que se hace, en el orgullo del silencio.

Valor de la palabra

Hombres dignos se buscan. Por favor, dar un paso adelante.

No a mi costado. En mí.

Poema de Morgana de Palacios - Videomontaje de Isabel Reyes

Historia viva - ¿Tanto van a chillar por un spot publicitario?

Las Malvinas fueron, son y serán argentinas mientras haya un argentino para nombrarlas.
El hundimiento del buque escuela Crucero Ara General Belgrano, fue un crimen de guerra que aún continúa sin condena.

Porque la buena amistad también es amor.

Asombro de lo sombrío

Memoria AMIA

Sólo el amor - Silvio Rodríguez

Aves migrantes

Registrados... y publicados, además.

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Feria del Libro de Jerusalem - 2013

Feria del Libro de Jerusalem - 2013
Café literario - Centro de convenciones de Jerusalem

Acto de fe

Necesito perdonar a los que te odiaron y ofendieron a vos. Ya cargo demasiado odio contra los que dijeron que me amaban a mí.

Irse muriendo (lástima que el reportaje sea de Víctor Hugo Morales)

Hubo algo de eso de quedarse petrificado, cuando vi este video. Así, petrificado como en las películas en las que el protagonista se mira al espejo y aparece otro, que también es él o un calco de él o él es ese otro al que mira y lo mira, en un espejo que no tiene vueltas. Y realmente me agarré tal trauma de verme ahí a los dieciseis años, con la cara de otro que repetía lo que yo dije tal y como yo lo dije cuarenta años antes, que me superó el ataque de sollozos de esos que uno no mide. Cómo habrá sido, que mi asistente entró corriendo asustado, preguntándome si estaba teniendo un infarto. A mi edad, haber sido ese pendejo y ser este hombre, es un descubrimiento pavoroso, porque sé, fehacientemente, que morí en alguna parte del trayecto.

Poema 2



"Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida."

Julio Cortázar

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.
1a. edición - bilingüe