Parece que se esparciera sobre mí un musgo melancólico; un
musgo verdigris, tupido y suave, que limita con mínimas almohadillas verdes mi
aspereza.
Llovizna con persistencia tropical sobre el calor, con
grandes gotas que golpean las losetas del patio y se evaporan inmediatamente. El sol
acumulado las bebe no bien rozan la piedra pero la lluvia insiste con un
repique manso, caviloso, como un parche de base que espera la triunfal entrada
de los vientos.
El lugar en que estamos es poco confortable pero nosotros ya
estamos imbuidos del hábito de estar. Solo estamos aquí. Permanecemos sin
delicia, miméticos, vagamente turísticos, cazando.
Desde mi hamaca, colgada en la galería de este lugar tan
poco confortable pero tan seductor por su impiedad, confabulo. Eso es lo que se
hace por aquí.
Yo confabulo, tú confabulas, él confabula, todos
confabulamos. Estamos en ese sitio del planeta donde el que no confabula tendrá
que atenerse a las graves consecuencias del error.
Por aquí lo previsto es imprevisto.
Mientras llueve, un atardecer sanguíneo se desploma más allá
de los árboles que nos envuelven con hojas y alimañas. El cielo se ha vuelto de
un rojo extraordinario.
«Mañana… más calor» murmura alguien dentro de la casa y su voz líquida que cruza la ventana de par en par abierta, chorrea del alféizar y cae al piso de tablones de la
galería en la que estoy. También me ofrece una cerveza y digo «sí».
La portátil calienta como una gata metálica que ronronea
imperceptiblemente sobre mí. Es un animal calenturiento y fulgurante, que se
deja amansar por mis dedos.
Llega mi compañero, cerveza en mano. Una lata helada con un
nombre genial: Peñón del águila.
«¿Volvió internet?» pregunta y busca un lugar fresco bajo el
alero. Se acomoda con laxitud en uno de los bancos de paja y apoya la espalda
contra la pared.
Le respondo que no. Estamos en una zona fuera de cobertura o
con una cobertura que por momentos se alarga y nos alcanza o se acorta y nos
abandona sin señal.
—Mejor así —susurro—. Es una mejor forma de existir.
—Los monstruos no existen —replica él.
Brindamos.
Brindamos.
(De: Porque lleva mi nombre)