Quizás
muchos se preguntan de qué hablamos el Condorito y yo y tres o cuatro más que
lo siguen a él, porque el chico (acá debería decir «como su padre») tiene un
carisma natural que lo acerca a su prójimo con muchísima facilidad.
No
hay favoritismos pero siempre las afinidades, en la tranquilidad, se
desarrollan de manera autonómica. Es en esos momentos donde, más allá del
rigor, todos tenemos un alma que quiere decir algo.
Nos
sacamos el formato que rige en el entrenamiento y nos volvemos comunes,
diarios, cada uno con sus mundos que son diversos y tienen su propia mística.
Es el momento “de grupo”, donde lo rígido pasa a lo flexible y se contemporiza.
Cuando
estoy solo me gusta leer. Leo o escribo. Generalmente leo. Es un vicio
insoslayable. Por el mundo, voy y vuelvo con libros. Eso del tacto sobre papel
y el olor a página en el bulbo olfatorio es un hecho inefable. Hay una cierta
ebriedad en lo de estar sumerso en ese combo que es, también, parte esencial de
la literatura.
Suelo
leer en la Red. Algunas veces lo hago
con fruición y la mayoría, con espanto.
Las
editoriales sostienen que “la poesía” o sea, editar libros de poemas, ya no
reporta ningún tipo de beneficio económico porque nadie lee poesía y las poesía
actual es un sujeto extraño, un sujeto social que pinta a un hombre momentáneo,
que ha perdido su trascendencia y se limita a una satisfacción mezquina y
primitiva. «Teta, concha, culo, sufro»[1],
suele decir uno de mis amigos, filósofo y escritor paraguayo.
En
realidad, todavía quedan ghettos en la Red de buena poesía a los que las
plataformas sociales no han terminado de avasallar con sus tsunamis de hobistas
poéticos.
Si
las editoriales debieran apoyarse en los criterios de la Red, la poesía sería
la primera literatura en el ranking de ventas, luego de las frases de autoayuda
sobre estampas de paisajes en un compossé sentimental, por aquello de que la
imagen vale más que la palabra.
Hay
más poetas que hongos. Los hongos por lo menos no se dicen hongos a sí mismos.
Los poetas sí y los que los rodean, también. Eso es lo peor. Cualquiera es
poeta según la Red.
Con
ese criterio estadístico, las editoriales tendrían material para recuperar
viejos esplendores temáticos, inundando el mercado de libelos espeluznantes que
seguramente venderían tanto como «Cincuenta sombras…» y competirían de igual a
igual con horrísonas sagas de vampiros, zombies y otros espantos que harían
huir a Mary Shelley con los cabellos en llamas y a Lovecraft revolcarse en su
tumba.
¿De
qué modo la poesía escrita no vendería si cuatro azarosas palabras copy paste
de miles de igual tenor, cosechan likes por carradas? Todos esos fervientes y
dispuestos seguidores del poeta en cuestión, deberían correr a comprar sus
libros, dada la inconmensurable cantidad de alabanzas que sus aportes a los
muros de las redes sociales reciben como maná virtual.
He
descubierto, estupefacto y hasta risueño cuando se me pasó lo estupefacto, que
“alguien” se tomó el trabajo de hacer un e-book con uno de mis dos libros de
poemas en español: Asesinando a mi madre. No me consultó, pero ahí anda el
libro, dando vueltas, graciosamente descargable de cincuenta plataformas de
cuya existencia me enteré al mismo tiempo que me enteré del e-book. Por
casualidad.
El
Condorito, talento en ciernes, y su grupo de compañeros, me preguntaron por qué
no accionaba legalmente. Esos albores de la juventud que todavía busca la
justicia o la legalidad.
Yo
los miré, entre los cuentos de fogón y las guitarras que nos íbamos pasando y
las canciones que íbamos cantando antes de regresar a las conversaciones.
«Con
que por lo menos hayan puesto que yo soy el autor, me doy por bien pagado»
respondí «y pusieron que el libro era mío, así que listo…las regalías no me
importan. Hace ya demasiado tiempo que yo escribo solamente para mí y que las
regalías van para Médicos sin Fronteras,»
Como
me tocó la guitarra después del silencio de incredulidad que hicieron los
muchachos, mientras algunos se animaban a protestar: «Pero si usted es escritor
tiene que ganar plata con lo que escribe, como los otros escritores» yo elegí
un tema de don Atahualpa Yupanqui para contestar cantando: «El cielo está
dentro de mí.»
(De: Todos mis monstruos, un monstruo)
[1] Frase
que el escritor paraguayo Silvio Manuel Rodríguez Carrillo utiliza para definir la
poesía que se lee en internet.