El velero de hiedra
Tus cartas siempre llegan como viejos veleros que
rebrotan desde este mar de escarcha. Llegan cuando ya he renunciado a toda
primavera, a posibles deshielos, al sol del mediodía.
Tus cartas llegan desde mi propia glaciación que siempre
ha sido rígida y despótica. Navegan hacia mí desde mi taiga y me traen
carboncillo encendido, leña que aroma el mundo, el dulce azul, a veces algún
canto.
Siempre vas hacia algún lugar que nunca veo y luego, retornas inesperadamente, como un aniversario que se olvida de todas sus
calendas y obedece tan solo al florecer del aire.
Tu barquilla es un cántaro y siempre ha sido un cántaro
de óleos primigenios, sobrevivientes a la devastación, al incendio de los
sicomoros, a la estrella lustral que cae en ellos y parece de tinta en ese
espejo untuoso y perfumado. En eso se han convertido tus regresos. En el viejo
perfume a corazón guardado, a hiedra virgen, a paños que resguardan
instrumentos de cuerda con el que yo ilusiono mis respiraciones de silencio.
Me gusta cuando veo esa vela pequeña que habla en otro
idioma y cruza como un susurro mis rutas de despojo, trayéndome su rosa de los
vientos del regreso.