Alguna vez viví con extrañeza ese descubrimiento porque la
metafísica no es lo mío. Sin embargo, siento esa sensación de lo diferente, de
un idioma que habla por partes en otro ser que no soy yo.
Decimos cosas que
identificamos en un plano al que solamente nosotros tenemos permitido el
acceso, como a un idioma extinto que es conservado por dos sobrevivientes en un
polo y en el otro del mundo.
Abrevo a veces en ese sortilegio, porque llego con sed. Es
el código. Lo que reconozco en la voz es el código que cifra mi propio código. Busco
los papiros en que está envuelta el alma y los llevo a mis ojos, a mi nariz, a
mi boca. Los leo como si recitara un códice litúrgico que solamente yo soy
capaz de leer. Los huelo en su expresión de toda antigüedad. Los beso,
reverente.
Sucede la rareza. Sucede el ejercicio de la dualidad. Sucede
el retorno.
Nos hemos reconocido en la extranjería de la no memoria
porque no hemos permitido que la boca del tiempo hable por el olvido de lo que
ha nacido con vocación de inolvidable.
Tu tierra siempre está en la
otra orilla del enorme mar.
Hay una primitiva dulzura en
nuestro caos.
Podría pasarme el silencio
entero escribiendo. Quedarme así. Sería bueno porque me trae un sosiego
imprudente. El asesino implacable que me habita pierde su condición beligerante
y se remansa como un río que lentamente agota su caudal sobre una tierra
fértil.
No protagonizo, por tanto, una
crecida aluvial, de esas en las que flotan los enseres y los animales de granja.
Podría pasarme todo el silencio
por el papel de agua de tus ojos y yo identificaría el aullido de tu mineral
más acendrado y del que nace la flor de las tragedias con su perfume a malezal
de hierbas para aroma.
Te reconocería entre la multitud
de las vicisitudes como esa que trae una selva de menta en el cabello y una
siembra de barro bajo el crecimiento de sus uñas.
Conjugo sin vocales las palabras
que no aprendo a decir más que en mi propio idioma incomprensible.
Ni yo sé de qué hablo. Solamente
sé que necesito decir hasta que se me agoten los desastres y no haya nada más que
un estallido de luz en la otra orilla.