Los días se presentan con fragilidad porque la cercanía del invierno vuelve frágil al desierto y aparece nublada esta vida de hojas de papel donde se desglosa el hábito que tienen los fracasos.
Estoy aquí, pensándote, tratando de que seas un último regreso al que abrazar la caducidad que me he propuesto como resistencia al paso de esta vida que no terminó a tiempo.
Y acá me ves, pensando casi con contrariedad en que no he vuelto a nada de lo tuyo. Ya no te bebo como un viejo vampiro desdentado que necesita alimentar su ira y no encuentra cómo.
Es que no tengo ya costumbre de tus cosas.
No la tengo.
Me habitué a estar completamente solo en tierra inhóspita y creo que he perdido hasta la manía de volver a remorder tus mapas y cargar tus cadenas.
Te olvido con dulzura, muchas veces.
Ahora,
empeño toda esta violenta dulzura del amor, en olvidarte. Apuesto a la
neblina de los años, a esa mano de lluvia que lavó los instantes que
decidí dejar por el camino porque la tristeza es insalubre, aún más que
yo.
Y te vas lixiviando, inexorablemente, hacia los territorios de la entraña en los que entierro la voz de lo sagrado.
«Podés
quedarte ahí el resto de mi vida porque no voy a entrar a buscarte
hasta cicatrizarme de la llaga que me ocupa las manos de doler», te
escupí un día en que tus mapas me astillaban de vidrio las plantas de
los pies y yo andaba sangrando y ensuciando con el dolor mis propios
amuletos.
¿Pero sabés? No es cierto. Hoy toda esta ira dulce con
la que había conseguido amarte mi hosco desprejuicio, tuvo que regresar y
caminarte y volver a escucharte letra a letra.
Y acá estoy,
escribiendo porque no podría verbalizar el llanto interminable. Para
este tipo de llanto nadie ha inventado las palabras.
Y descubrí,
eso es lo más difícil del asunto, que de esa lixiviación a la que
condené todos tus cantos todavía me brotan flores de oscuridad en lo
recóndito. Flores que se abren y me devoran la templanza en el mundo
final de los olvidos.
Te saliste con la tuya. No te olvido. Y
estás vigente como el primer día en que aprendí a depender de vos porque
el amor consigue volverme vulnerable. Así, tan desairadamente
vulnerable como me ves ahora, entre tus versos.
Algunos sé que fueron para mí.