El repentino resplandor de la pantalla lo obligó a pestañar.
Se afirmó en el convencimiento de que aquello era fotofobia
y que seguramente, el virus trepaba a toda velocidad hacia su sistema nervioso
y de ese hecho, también, podían derivarse tantos errores de tipeo y
repentinamente tantas dudas frente a la grafía correcta de algunas palabras, como
si tuviera Alzheimer, pensó.
Leyó en el correo de Jekyll (que Hyde era tan afecto a
revisar como si buscara una cura a los cada vez más notables efectos de la
mutación) y bajo el título de “Me gustaría publicarte” un texto de invitación
que rezaba:
"Hola
He conocido tu poesía hoy.
Te invito a publicar poemas en
y una dirección www
Espacio virtual del que soy editora bla..bla..bla...
En el blog publicamos poemas de temática social,
existencial, poesía de la conciencia, etc... de autores de todo el mundo.
Si estás interesado escríbeme a..."
y a continuación una dirección de e-mail.
De vez en cuando llegaban esa clase de correos para el
idiota de Jekyll. Gente que leía sus desafortunados gritos de habitante del
mundo, a quien Hyde arrastra de los pelos por la guerra y la miseria, por las
pústulas y las defecaciones, obligándolo a implicarse en una realidad frente a
la que todos se tapan los ojos: la realidad de los Hyde.
—¿Qué querrás?– preguntó en voz alta, observando de reojo el
vaso de agua donde la luz de la pantalla formaba mínimos reflejos eléctricos–
¿Un pálido panfleto o una crónica de la verdad?
Sonrió.
Un pálido panfleto. Seguramente querés un pálido
panfleto. Pero yo no escribo pálidos panfletos ni me rasgo las vestiduras ni me
meso y arranco los cabellos ni me los cubro con tierra. Soy incapaz de escribir
un pálido panfleto, porque la realidad no es un panfleto pálido que yo pueda
escribir desde un sillón cómodo, tratando de recrear lo que me cuentan en la
guerra mediática que ha inventado la televisión para que nadie se entere de la
otra. Ninguna guerra es pálida ni tampoco es un panfleto. Hay gente en las
guerras. Y muere. Como yo.
Una rebelión sorda le ganó la garganta mientras pensaba eso,
repasando el correo con los ojos y atendiendo a sus vísceras que se retorcían
como si albergaran entre barrotes orgánicos a un monstruo que bramaba.
—¿Qué podría escribir y que sonara pálido?– le preguntó a la
fotografía en que la mujer morena aparecía retratada semioculta tras el tronco
de un árbol—¿Qué podría escribir yo, Hyde y que sonara pálido, si ni siquiera
puede escribir Jekyll algo que a los dos nos suene pálido?
Asestó un empellón al teclado y la notebook retrocedió algunos
centímetros, como un animal golpeado, entre los libros apilados, los papeles y
las armas, todo mezclado siempre sobre la misma mesa, por esa costumbre siamesa
de moverse a dos seres por los mundos.
—Estás en crisis, Hyde...Estás en crisis.– murmuró Jekyll y
bebió el agua mientras con la otra mano, Hyde se apuntaba la Glock que le había
regalado Doguchi, sobre la sien derecha.
En el cuadro de diálogo del messenger, apareció un beso.
Hola linda, escribió entonces Ariê Aryiasz, trayendo
de regreso la notebook a sus ojos, sabés que me llegó un mail de una tal...
(De: Novelas robadas sin terminar)
Imagen: Self portait by Egoeus.