Apendicitis crónicas (las páginas colgantes)

TEORÍA DE LA PROSA - IRRESPONSABILIDAD DEL VERSO - IMAGINACIÓN DEL ENSAYO - INCERTIDUMBRE DE LA REFLEXIÓN

Apologar del beso

El norte de mi rutina está en tu boca
encendida de vientos, libertaria y libérrima,
despiadada en su esencia de cuchillo amazónico
cuando deshace, dulce, mi palabra
y el carámbano oscuro del silencio
en que siempre me encuentra guarecido.

Labios que despellejan la palabra con espejos de herrumbre
en que mostrar la luna
sobre la última noche en que hilamos los pactos
y decidimos
ser costas enfrentadas por un puente de agua,
rielado plenilunio.

Ahí pervive esa boca tuya,
esa mandrágora de carnes infinitas,
ese aroma de acero ocupando la selva de mi especie.

Flor que sin ser flor, es cándida en mis manos
hechas al fin de todas las ausencias
excepto de la tuya.

Firme dondiego húmedo de tiempos sin consuelo
que me perfuma la fiera madrugada de tanta penitencia.

Compañera vital, boca que habita la boca de mi alma.



Lo nuestro es este beso de furiosa dialéctica.

Beso apaciguado y estentóreo,
del siempre en hoy y aquí.

Hechos a la palabra y a la idea que lleva la palabra,
todo tiene en la lengua de este beso
un encanto fonético,
un balanceo jovial hecho sonido,
un cántaro que habla
y un arcón de ropas de jugar a no tener secretos.

¿Qué hace tu beso en mí cuando me anida
como un plumón de pólvora que canta?

Nos acomoda el tiempo del cansancio
con su saliva dúctil de fonemas
y te escucho en el pecho del papel
que me acerca tus labios a los ojos.

La noche muge luz que se agiganta
como un tropel de vientos ateridos,
pero llegan tus labios
¬—ah… tus violentos labios milagrosos—
conjuradores de la resurrección de mi espejismo.

No soy sino en tu beso.



Ya ves… Mantengo la aquiescencia
y aquí, tu predominio me engalana,
me vuelve poderoso en el derrumbe
y ágil
y veloz
y con afán suicida de ahogarme
entre tus consonantes metafísicas
y esas vocales tuyas,
inigualablemente intrépidas cuando encaran combate.

La sangre le queda hermosa a esos labios tuyos
cortados con palabras que pelean.

Y esas, tus manos mediadoras, exactamente al borde del rescate,
que se tienden a mí
como una rienda que contenga mis áridos caballos
y mis fieras de post apocalipsis.

Tus manos que remedian a mis manos,
tu boca que remedia a mis blasfemias
y allí,
siempre tu corazón

que me remedia.



¿Qué parte de la historia no puede tergiversar el infinito?

Mi vocación de infiel y al mismo tiempo
esta lealtad sin condiciones
más allá del fracaso y de la muerte,
porque la lealtad está en el alma.

Anclo mi lealtad aquí a la tuya
y persevero en ella
más allá de tormentas y degüellos.

Tantas veces he sido traicionado
que no me sojuzgan las promesas de nada ni de nadie.

Pero tu boca nunca ha prometido otra cosa que el beso
y no ese beso corpóreo sino otro.

Un grillete tenaz que aprieta el sino del leal.
Lo reproduce con unción de mística,
lo lleva a cabo como la salvación de lo posible
y está allí,
y está allí,
feroz e incorruptible,
esencialmente dueño de todo lo verídico.

La lealtad me canta en cada día mi propia vocación
que compartimos

casi como si fuéramos una misma roca.





Yo dije
«algún verso te arranco» y respondiste:
«me he hartado de parir hijos tuyos
como si un padre oscuro los amara».

Nuestros historias hablan de estas cosas.

Una cópula cruel y apasionada.
Un violentar el tiempo que no existe.
Un beso en el furgón de las tragedias.
Una resurrección
de cara al día.

Un padre oscuro puede amar con pasión
a una mujer abierta y clara.
Un padre oscuro ama
a esa mujer clara
y a sus hijos violentos y magnánimos.

Hay una bendición que ampara vida
en este renacer
y en este fruto que como la granada
nunca será abundante en la cosecha.

Yo, quizás como Cronos, me bebo hijo por hijo
como quizás
también bebés las letras con que se escribe semen

y nacen las palabras.




Lo bueno del asunto
es que no envejecemos con la pulcritud de los estereotipos.

Vive lo transgresor de las pulsiones,
del espíritu que nace en lo tribal,
de la singularidad del espécimen que se define como lo que es.

Eso me gusta, me motiva,
enciende mi locuacidad de viejas sombras hartas
y las pone a danzar, simiescas y felices,
encima del rescoldo de tus huellas.

Beso tu beso en todos los tizones
que me vuelven rebelde, todavía.

No siento este cansancio de vivir sin oxígeno
trepando a las montañas como un yeti
que mira los momentos y está solo
porque así están los monstruos en sus mundos.

Beso tu beso en todos los tizones
que huelen a maderas de diciembre,
y mi boca de tanto espanto muerto
levanta quemaduras de abubillas que vuelan hacia el mar.

Lo bueno, como dije,
es la elección de permanecer pasionalmente jóvenes
con la impaciencia a tiempo
y con el corazón resucitado.



Dejo pasar el grito.

A veces, yo también dejo pasar el grito
y pospongo estas crecientes sordas
que se llevan la piel de nuestra hierba joven
a un fondo hecho con piedras.

Dejo pasar el grito
y te busco
en la sensualidad de la palabra
y en el ofuscamiento de tu lengua enredada en la mía,
como anudando un hilo de silencio.

Atadura tenaz que sella una explosión sin canto.

A veces, supongo que seríamos violentamente agrios
frente a frente
y que luego, buscaríamos en el rincón secreto de querer
el corazón que abrimos
para ponerlo uno junto al otro
como un ramo de piedras aromáticas.

Dos fieras que son fieras y en fiereza
se rompen en los besos
cada día.

 


Degustación de la sangre

El viajero

 
A veces , aparezco como un equipaje aborrecible
destripado en la cinta frente a un atónito oficial de aduana.

Las vísceras inútiles, las que no aprendí a usar,
sangran ahí, sin remedio.

Es lo único que saben hacer, por otro lado.

Están ahí, tan inútiles como desparramadas.

Trato de justificar su pertenencia inventando historias que no logro creer.
Pero a los otros les gustan mis historias
y por eso sigo llevando ese manojo de colgajos
en la maleta en que no van las armas.

Funcionan, esos despojos tantas veces desgajados,
como funciona la reminiscencia.

A su través,
todo se recuerda distorsionado según el deseo que pongamos
los que escuchan la historia y yo, mientras la cuento.

Me la cuento, una y otra vez, intentando dejar detalles atrás
y recuperando los que dejé antes que a estos que pospongo.
Aunque siempre es la misma historia.

Solo pospongo, versiono, corrijo. Solo prueba y error
como la dilación de un resultado que no quiero alcanzar.

Pero todo ese amasijo masacrado siempre viene conmigo
porque ambos servimos
depende cuándo
y depende dónde
al extraño propósito de seguir con vida.



Culinario

Añoro por la tarde –es siempre por la tarde–
esos largos momentos de tu boca
mientras yo deshago la maleta sangrienta delante de tus ojos.

Lo hago por la tarde porque sé que no estás
y entonces, –porque sé que no estás–
elijo los colgajos, los muñones de las mutilaciones,
los desesperados orificios de salida de una 941 que acertó en la frente
y despedazó la cabeza de un niño.

Los desparramo objetivamente frente a mí,
como si preparara una mise en place.

Hay una truculenta suculencia en tantos ingredientes
pero mezclarlos termina por ser tóxico
así que los combino a mi manera,
con rabioso ascetismo, para no empalagarte

–o para no espantar tu paladar–.

Me da un delimitado morbo hacerlo así.
Un morbo contenido que me duele.

Luego,
cuando la oscuridad secunda la cena de mortajas
y vas por mis rincones encendiendo un velerío rojo
como una bruja fiel,
destapo la bandeja de tu miedo
y en su aliño de sangre
late mi corazón.



Espíritu del hielo

No sabría confesar por qué regreso así.
O por qué soy así.

Tan solo soy así,
como los huracanes y las enfermedades que no tienen remedio.

La vida por mí se desliza imbricada lo mismo que una venda.
Una capa intenta contener la sangre de la otra
y así, al cabo de una cuantas superposiciones
ciertas partes parecen las de una momia egipcia.

Vaya a saber qué cosa hay debajo de tanto esparadrapo.

A veces te retrae mi frialdad de muerto pobrecito
y acusás a mi hielo
de que nunca va a servir para preparar un buen gin tonic

¡con lo que a mí me gusta el Bloody Mary!

Las caricias del frío son difíciles. Producen escozor
y si se repiten y repiten, causan una quemadura extraordinaria.

Pero regreso así, como si fuera tu propio Polo Norte,
rígido y atolondrado por la fragilidad que apaño en la maleta de colgajos
hasta que pueda desarmarla

o armarme.

Es algo que, al día de hoy, no tengo claro.

Cada vez hay más trozos de carne congelada en la maleta.



Búsqueda de alimento

Siempre me alegra que no te hayas vuelto vegana
a partir del asco o del espanto.

Eso está muy de moda como las modas cool
pero vos –como yo– sabíamos que el hombre es un ser carnicero,
un devorador solo nacido para la depredación y el exterminio,
así que un día chocamos en las ruinas.

Es el destino así.

Heridos, sin cazar, nos olimos la sangre
y me dijiste que la tuya es negra. «Solo mi sangre negra…», me dijiste.

La mía, no sé qué color tiene pero hiede, te dije.
Se pudrió, debajo de tanto esparadrapo.

Hiede, insistí, como el dolor o la miseria
o hiede como el grito que en una sola voz descompone a la muerte.
Hiede a las flores de los cementerios
y a los cementerios que no tienen flores
y en el fondo, a un animal de pelo, como un cerdo o un lobo,
o como un viejo guepardo que agoniza debajo de las moscas.

¿Quién juega mejor a lo espantoso entre nosotros dos?

Si los pacatos de nuestros vecinos oyeran nuestras conversaciones
empacarían y huirían a lomo de sus estrellas apagadas.

Nos dejarían, solo para nosotros, esta último Alepo,
esta última, intacta, desordenada ruina que subsiste
en el territorio de los sismos.

Pero aquí cada quién juega con su propia baraja
y recoge las ganancias de su propio y solitario juego.

Nosotros, trotamos de través, intentando
que los viejos cristales cuando de vez en vez estallan todavía,
no nos corten los ojos.



Orientación de lo hermoso

—¿Qué haces con una rosa en el hocico? —preguntaste al pasar.

Y yo dije que puedo oler la sangre de una rosa.
—La acabo de exprimir —añadí, mostrándote mis dedos.

Luego, arrastré ese perfume por tu rostro y te tizné los labios
con esa boca púrpura de jugos e infectada de espinas
porque la rosa parecía una boca dulcemente deshecha por un puño.

—Todos los monstruos son, en el fondo, románticos —dijiste—.
Es lo que siempre dices.

Y yo quise llorar pero no pude.

Tu boca recupera el vigor de tanto en tanto
si te pinto los labios con la lengua de lamer la espina.

Intento que te bebas mi extraño Bloody Mary hecho con rosas
y busco un disfraz en la maleta de la destripaciones
para que rían tus ojos un momento.

—¿Parezco un payaso a medio hacer? —le pregunto a tu risa.

Porque suelo ser un adefesio hostil y sin embargo
puedo clavar las flores de tus pómulos aquí, en mi espejo oscuro,
para que tu rubor urda la luz.



Jaima

Hay cierta zozobra melancólica
en esto de amarse a través del dolor.

Asumimos vivir en un mundo fantasma
que revive, una vez por semana, su naufragio
y nos divierte la monotonía del dolorimiento que se nos predestina
porque
es lo que hay.

Alguien nos predijo y aquí estamos,
ablandados por los malos días
como si solo entendiéramos de idiomas desiertos y fogatas
que se van apagando por falta de alimento.

Pero vuelvo a la jaima que tendiste con las velas rajadas.

Vuelvo a la jaima, una y otra vez,
a rumiar mi descanso de camello lujurioso
mientras tus conjuros me protegen
y tus manos limpian con esmero ritual
los remordidos bordes de la herida.

Nos quedamos así, sangrantemente quietos,
como si fuera cierto el lograr amanecer.

 

Saber vivir

La poca luz escupe sobre nosotros una miseria pulposa dentro de la cual aparecemos fragmentarios. Mientras avanzamos, sufrimos una metódica disgregación. Nos tajean la traza ramalazos de sombra y nos vuelven oblicuos, por momentos manchados de hollín o de harina.

«Lobos suaves. Plateados lobos suaves» pienso, sin ferocidad. Animales de estepa fría, animales de la piedra de invierno, animales de pelo emblanquecido por ese polvo trenzado a la arena lunar que viaja por la luz.

Hay algo en nosotros que huele a los destiempos, a celuloide roto atascado en solo un fotograma que se repite con eternidad.

No huimos. Avanzamos. Parecemos lo inverso. La otra parte del alma cuando muere. Esa parte encarnada, sanguinaria y sangrienta, que late tumefacta en un reducto al que no llegan los médicos ni Dios y que resiste allí, con un tesón obtuso y desafiante.

Sin embargo, todos nuestros pasajes por aquí son efímeros. Apenas vuelos de cabotaje dentro de una oscuridad en la que se terminan las estrellas.

Pienso en este pelaje que nos cubre con sus mudas tragedias mal pintadas y recupero la idea de que vivimos desamparados por la luz y prohijados por la oscuridad.

En esa oscuridad, alguien espera que lleguemos a salvo, con todos los asuntos que nos unen en los tiempos de unirse y que luego, también disgregados en la estolidez de la bonanza, nos mantienen distantes aunque nunca distintos.

Nos vamos y volvemos, como una feria que trashuma y que para dar su función descuelga lejos el traje de jauría con el que se aproximará a la castigada arena de su circo, donde convive la muerte con el día que nunca es el día por venir ni el día venturoso.

A veces pienso que olemos como la palidez de la esperanza y que la muerte es una novia inútilmente virgen con la que hemos olvidado copular en nuestra juventud y ahora camina fatigada, persiguiéndonos con sus galas rotas, mientras nos ve luchar con las heridas que el tiempo apolilla en nuestros viejos trajes de morir.

Hay historias hechas con cadáveres que consiguen llenarme de alegría, porque toda mi vida ha sido una historia hecha con cadáveres y es como sé vivir. Ni más ni menos. Es como sé vivir.

 


 

 

La imprudencia y el vértigo

No voy a argumentar.

He argumentado hasta la insensatez
desde hace mucho.

Desde hace demasiado.

No puedo argumentar.

¿Qué argumento usaría
frente al dolor en armas que ha dejado de verme?

¿Qué palabra inusual interpondría que no haya dicho antes?

¿Qué recurso, para encauzar tu boca de regreso a la mía?

Acepto lo que digas, lo que sientas.

Mi lengua no se fue.
Mi mano no se fue.
Mi pecho no se fue.
Yo no me fui. Nunca me fui.

Ni siquiera, cuando me fui, me fui.

Nunca pude alejarme lo suficiente del centro de tu boca.

Perseveré en lo fiel, aun cuando dejaste de mirarme
o estabas distraída,
ocupada,
o simplemente ausente de todos mis deseos de caricias.

Pero acepto el reproche sin desesperación
porque soy un buen perro
y asumo la devastación de mi mordida
cuando reclama el aire de tu aire.

******************

Pienso, con esta serenidad que me hace fuerte:
Ya no soy a tus ojos un animal espléndido.
Aquel esbelto guepardo de otros versos que habita en la sabana
con su larga soltura impredecible.

Estoy consciente de esta marchitez
y de este lado amargo que ya, reiterativo,
ha perdido la fascinación de aquellos tiempos
en que besarnos no era una rutina.

Siempre había un sitio a descubrir entre nosotros,
un nuevo mundo allí, a pedir de boca.
Nos mudábamos a sus riberas con la adolescencia y el amor intactos.

Por aquellos días
estrenábamos el regreso a una niñez intrépida.
La desatorábamos de nuestra propia historia sin niñez
y éramos a la vez la imprudencia y el vértigo.

¿Puedo hablar de castillos en el aire por más que sea un tópico?

Éramos un amor extravagante. Dedicado, suicida, extravagante
que pocos o que nadie comprendía.
Una visión del mundo.
Desde el dolor, una visión del mundo.
Desde el amor, una visión del mundo.

Un poco como ahora.

******************

Por momentos
regreso al cuarto de las lluvias
como si se tratara de una tormenta premonitoria
oculta en un arcén de las derivas.

Me imagino el lugar y lo recorto de este lugar actual
para pegarlo en el collage de las historias enormes,
donde las fotografías de tu nombre en mi boca
aparecían hechas con la dulzura de un merengue suizo
que me atormentaba las retropapilas
de un sabor a proeza.

Estabas allí.

Yo también estaba allí, pedestre como un rudimento,
con mi actitud de macho desquiciante por estar desquiciado
y esta fragilidad de torpezas sumadas y de aciertos sin nombre
con los que te untaba las manos de preparar manjares.

Recorto la imagen y la dispongo entre las palabras suculentas,
especiadas y suculentas,
palabras pobladoras.

Me enseñabas a hablar sin balbucear sonidos de babuino
como si enseñaras a danzar al fuego
con tu boca de acuíferos granates.

Siento nostalgia de todas esas cosas.

Quiero encontrar la colección de risas y revolcarme en los abecedarios,
panza arriba,
como el mastín de antes que dormía a la puerta de tu jardín de especias.

*****************

Hemos sido felices.

De eso, no tengo dudas hoy por hoy.
Solo un deseo desesperante de regresar a ese estado de gracia
y a la inconsciencia obtusa del amor.

Digo obtusa solo en el buen sentido.

Yo no dudo de que hemos sido muy felices juntos
y de que hemos reído todas esas veces
en que nos pensábamos dueños de una desorbitada eternidad.

Extremos y difíciles,
mundos que colisionan y forman otros mundos
en un estallido de colores absolutamente nuestros,
con todo lo que tiene de inverosímil lo que refracta el alma.

Colores multivalentes, como una bandada de estorninos
abrazados al aire,
completamente metafísicos,
completamente mágicos,
completamente voladores y perpetuos,
destellantes como un fragor.

Inexplicables. Vírgenes. Primarios.

****************


Mantuve cohibida a la violencia
porque estabas ahí.

Siempre mantuve cohibida a mi violencia,
sujeta a la droga milenaria que destilaba el verbo entre tus adarajas.
Eras una construcción para asaltar
que nunca fue asaltada por las voces de guerra de los bárbaros.

Entonces, me mordías.

Me mordías y yo, por esas cosas que tiene el pan del alma
dentro de mí, me transformaba en fruta.

A veces, era una fruta hecha solo con piedra ácida
y me ardían los dientes de morder
al morderte los dientes.

Pero la mayoría de las veces, era apenas una fruta caliente,
un poco de pulpa triste ya pasada de punto bajo el sol de la tarde.

Me mordías
con tu piedad que resguarda a demasiados peregrinos
y una lágrima.

Me mordías mal, de forma carnicera, como hoy.

Y yo, tozudo y temperamental como los burros
masticaba la escarcha de tus techos de vidrio
para que vieras como sangra el canto.

****************
Ahora,
que hemos envejecido de demonios,
tu boca me conoce un poco más.

Conocés algo más del animal perpetuo que muerde lo que ama,
y se rompe el testuz contra la ausencia.

Conocés algo más de la amargura,
del tiempo de impiedad en que levanto la boca destrozada
y blasfemo de pie contra tus muros
como un niño ridículo que no aprende a llorar.

Suspendido en la lágrima de arena,
tu mano de caudal
me desbarata como al limo viejo
porque yo no quiero hacerte daño en esta correntada de mis leyes.

Entonces, estoy triste.

Me vuelvo un papel triste,
arrinconado por los mundos que añora desde lejos
y que siempre te han pertenecido.

Aunque pienses que no,
tu boca es solo mía, para siempre.

 

Pánico escénico

Los anteojos de sol evitan esa furiosa incomodidad que sucede tras de los cristales oscuros. Esos pinchazos desbordados con los que en él –no sabe si lo mismo sucede con los demás– se manifiestan las lágrimas que pocas veces alcanzan a hacerse un algo que se ve.

Se limitan a ser esos pinchazos furiosos y esa repentina ingurgitación de la esclerótica que le transforma la mirada en una especie de bandera sandinista.

Tan negro el iris, tan rojo el llanto, piensa.

Lo suyo nunca fue el miedo. Más bien, la temeridad. Una audacia ímproba, basada en el análisis, la inteligencia en él y una cuota de instinto cuasi matemático para el trabajo de posibilidades. La velocidad mental en el ejercicio de la idea y la respuesta. Y, por supuesto, una extemporánea cuota de seguridad. Demasiada para el gusto de todos y rayana con la arrogancia.

Al menos, eso siempre se vio desde afuera y le granjeó peleas mezquinas en las que se entretuvo porque si algo le resultó siempre muy difícil es rehuir combate, aunque fuera un combate miserable que no ameritara usar el cerebro para librarlo.

El Freaky le deslizó que no asume la edad y que tiene siempre ese comportamiento treintañero con que a esa edad uno se come el mundo.

—No se es tan joven como para no saber lo que se hace ni tan viejo como para dudar si conviene hacerlo. Es la edad de todos los riesgos —dijo el Freaky.

—Y te quedaste ahí —agregó el Japo.

Pero esta vez, siente algo extraño dentro de él. No es ese sobresalto de ansiedad que siempre le provocó la acción ni esa suerte de embriaguez que le provoca el peligro y lidiar con él para vencer y lograr el objetivo.

La sensación es extraña, como si a la mesa de su poderío emocional le faltara, repentinamente, una pata o, sin faltar una pata, ésta estuviera floja y la mesa tambaleara intermitentemente.

La sensación le provoca enojo y al enojo inicial se superpone nuevamente esa especie de angustia sin nombre que lo asalta y lo copta por momentos.

Nunca le importó morir, esa es la verdad. La muerte, como la vida, siempre para él fue un trámite a cumplimentar en el momento en que toque. Mantuvo, para ello, en orden todas las cuentas que pudo ordenar de la multitud que una vida como la suya desordenó.

Si en su profesión importara morir, nadie la ejercería. Es una profesión que te entrena todo el tiempo para saber morir. Y así entrena él a sus novatos. Sobrevivir es una cuestión de cada quién. De cómo cada quién utilice su capacidad de permanecer con vida. Como él. Un temerario que ha sobrevivido a su propia temeridad.

Pese a su entidad reflexiva natural, la sensación extraña aparece como ramalazos de algo desconocidamente doloroso.

Él está ahí, esperando la conexión, sin otra cosa que hacer que esperar la conexión para decir, simplemente: «Tengo un servicio el 10». Informar a su mujer es prioritario y aguantar el chubasco que seguramente empezará como todos los chubascos con un: ¿ARE YOU CRAZY, MAN? a los gritos, casi.

No solo tiene la capacidad de desestabilizar su propia vida sino de hacerlo, además, con la vida del resto de su entorno. Pero su profesión es esa y aunque esta vez haya sido una elección personal, contrapuesta fieramente a la de Lior, aparece ahí, interfiriendo, para variar, en la cierta tranquilidad de la familia.

Su mujer resignará por unos días su espíritu documentalista de corresponsal de guerra y regresará de «solo Dios sabe dónde» para reemplazarlo en el hogar y hacerse cargo de los niños. Y él cumplirá la misión y volverá para hacer lo mismo.

Son tal para cual. Ni más ni menos, tal para cual. Por eso, quizás, llevan veinte años juntos pese a dos conatos de divorcio, uno por cada parte.

Mientras piensa en todo eso, trata de enmarcar la sensación recurrente, esa ansiedad grotesca que le crece como una tumoración y le invade los ojos con pinchazos.

Como está con la portátil bajo el sol, puede dejarse los lentes de sol sobre la mirada, al menos hasta que consiga dominar la marea inyectada o su mujer le exija: «Quítate las gafas». porque, como siempre, habrá intuído qué sucede detrás de ellas.

Solo puede hablar de eso consigo mismo.

Y resolverlo, también, solo consigo mismo. Como siempre.

Con su fuerza, con su autosuficiencia y con su inextricable soledad.

 

Del libro: Distorsionados por la luz (fragmento)

 


 

 

Extrusivos

Lo peligroso de la ingenuidad

Quizás, había aprendido después de mucho tiempo
a hablar el amor de una manera ingenua,
altruista
y en cierto modo, estereotipada
pero sin flores
y también sin estrellas
y sin todas esas cosas
que sobrevuelan las voces del amor
como las mariposas y bichos sucedáneos.

Hablar como podía, quizás y solo si podía,
en una reserva hecha con movilizaciones silenciosas,
gestualmente físicas,
emocionalmente presenciales.

Quizás
había aprendido a hablar el amor como un nacionalista
que se aferra a la patria
y da la vida por tanto ciudadano
a quien no le importa nada de lo mismo.

Un amor imperfecto pero entero
como son los amores que se niegan a claudicar
(supongo yo)
mientras son pisoteados por la recua de las vanidades.

Pero ahí estaba el circo

y el amor te transforma en payaso la mitad del tiempo
y te corta los tientos del trapecio
en la otra mitad.

Cuadripléjico es imposible ya hacer un buen show.



Acólitos

Los nuevos profetas están allí.
Caminan por el mundo sin hormigas laboriosas
imponiendo sus formas de ser otros dioses.

Se detienen entre las hormigas que no los escuchan
y les hablan sobre las dogmas de fe que han acuñado
en sus ratos proféticos.

Intentan convencer a las hormigas.

Pontifican inexplicablemente en otro idioma
que suena más intuitivo que la verdad
y llenan los espacios
con nuevas teorías sobre Capadocia
como si conocieran Capadocia.

No es malo que haya nuevos profetas
para un lugar sin dioses a los que suplantar
en no ser escuchados.



Nocturno oscuro

La noche tiene una largura que impide su costumbre.

Desde la soledad pienso el candil,
pienso en la inexistencia del candil
y en el grito del faro.

Un grito como un chorro de cuchillos,
como una proa que avasalla la niebla que a su vez la avasalla,
en esta singladura hacia quién sabe.

No podría hablar de la rigurosidad de la nostalgia.
Apenas, de la búsqueda
mientras la oscuridad declina su rugido

y bajo la piel
entronca con fantasmas un vericueto más.

La vocación se ha vuelto una cuestión semántica.

No me planteo la luz, como otras veces,
pero pienso el candil
con otro alias que se parezca a faroentrelaniebla
también cuando no hay niebla
ni faro
ni candil.

Cuando no queda nada a qué aferrarse
más que a las invenciones de uno mismo
y sus metamorfosis prohibidas.

La oscuridad blanquea las alarmas.

Se ha terminado por comer la luna.



Coros

Ya no busco los lugares en el laberinto.
Soy el laberinto. Todo el laberinto.

Reposo en él. En mí.

Firmo constantemente mi única membresía
al bucle de mí mismo,
como si la firma bajo la palabra fuera un grillete
un ancla del desquicio
un nudo en la cadena de este espacio sin márgenes.

A veces,
escribo cartas de invitación
y fabrico paisajes góticos donde no entra la luz
pero se ven las ánimas.

Los muertos cantan bien en el crepúsculo.

Me reservo el silencio

atronador.



Zona calma

No era nada de esto lo que quise escribir.
Solo quise escribir porque estaba triste sobre un paisaje lunar.

Después
me convencí de que lo que miraba no era un yermo,
no era tampoco una vieja ciudad bombardeada
ni los restos suicidas de un suicidio masivo.

Era el mismo paisaje de otros años,
la misma piel ajada de otros años,
la voz pasiva de los pergaminos que se quiebran,
la hipótesis de lo destructible que no se destruye
pese a su colección de destructores.

Era siempre lo mismo.
Ni mejor ni peor.

Siempre lo mismo.

Algo que sobrevive a su inexistencia
existiendo.



Visión exterior

La normalidad no parece parte de mis jeroglíficos.

No puedo abrir mi caja de Pandora
para hallar la esperanza.

Ahora, ante el espejo, reviso las suturas
y me pregunto cuánto de mí
se ha escapado por las heridas que ellas ciñen.

De manera invisible
¿cuánto se ha perdido sin poder suturar la boca abierta
de estas sensaciones a último?

Busco algo entre la opacidad.
Todo es opacidad.

Juego a lo mediocre de la resignación.
No hay más qué hacer.

Desde el ostracismo,
se ve caer las torres de un ajedrez difuso
a manos de peones camanduleros
que coronan el día con chillidos.

Gritan como un burdel sus lentejuelas
y se apagan de barro
debajo de una lluvia hecha solo de esquirlas sin palabras.

Yo me mantengo ajeno
hasta de mi propio corazón.



Acorde de cierre

Ya no espero regresos.

Solamente estoy
asido al vacío de un imaginario que no existe,
que no retornará a los huecos que ha dejado
como cráteres secos.

Han escapado del mundo las imágenes
de aquella dulcificada ingenuidad
con que la emoción decía
(y hacía)
tonterías.

Los regresos a la aporía son sólidos,
robustecidos en la indiferencia
que termina por refrendar lo inexorable.

Es lo que hay, me digo, como mi frase insignia.

Es lo que hay…

Apenas un final mediocre,
miserable,
un final como todos

sin pena pero sobre todo, sin gloria.

Un final a-penas.


 

Participan en este sitio sólo escasas mentes amplias

Uno mismo

En tu cuarto hay un pájaro (de Pájaros de Ionit)

Un video de Mirella Santoro

SER ISRAELÍ ES UN ORGULLO, JAMÁS UNA VERGÜENZA

Sencillamente saber lo que se es. Sencillamente saber lo que se hace. A pesar del mundo, saber lo que se es y saber lo que se hace, en el orgullo del silencio.

Valor de la palabra

Hombres dignos se buscan. Por favor, dar un paso adelante.

No a mi costado. En mí.

Poema de Morgana de Palacios - Videomontaje de Isabel Reyes

Historia viva - ¿Tanto van a chillar por un spot publicitario?

Las Malvinas fueron, son y serán argentinas mientras haya un argentino para nombrarlas.
El hundimiento del buque escuela Crucero Ara General Belgrano, fue un crimen de guerra que aún continúa sin condena.

Porque la buena amistad también es amor.

Asombro de lo sombrío

Memoria AMIA

Sólo el amor - Silvio Rodríguez

Aves migrantes

Registrados... y publicados, además.

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Feria del Libro de Jerusalem - 2013

Feria del Libro de Jerusalem - 2013
Café literario - Centro de convenciones de Jerusalem

Acto de fe

Necesito perdonar a los que te odiaron y ofendieron a vos. Ya cargo demasiado odio contra los que dijeron que me amaban a mí.

Irse muriendo (lástima que el reportaje sea de Víctor Hugo Morales)

Hubo algo de eso de quedarse petrificado, cuando vi este video. Así, petrificado como en las películas en las que el protagonista se mira al espejo y aparece otro, que también es él o un calco de él o él es ese otro al que mira y lo mira, en un espejo que no tiene vueltas. Y realmente me agarré tal trauma de verme ahí a los dieciseis años, con la cara de otro que repetía lo que yo dije tal y como yo lo dije cuarenta años antes, que me superó el ataque de sollozos de esos que uno no mide. Cómo habrá sido, que mi asistente entró corriendo asustado, preguntándome si estaba teniendo un infarto. A mi edad, haber sido ese pendejo y ser este hombre, es un descubrimiento pavoroso, porque sé, fehacientemente, que morí en alguna parte del trayecto.

Poema 2



"Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida."

Julio Cortázar

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.
1a. edición - bilingüe