Mojados de ceniza
como estatuas de lluvia en viejas plazas viejas
al pie de los cañones, aturdidas, perseveran sin luz
mi crueldad innata y tu risa de antaño.
Seguimos siendo aquellos en un tiempo de otros.
Hay cierta adolescencia de agua en tu mirada
y carbón de minas para mineros muertos, en la mía.
Las conjunciones son como los puentes
y niegan el estrépito. Unen lados distintos,
realidades de hambre, amor y hambre,
sequía e impudicia,
búsqueda de otra paz después del viento
que se llevó aquella que era simple.
Y nos vemos aquí,
artilleros de nadie que custodian el bronce de las flores
con las que matar días de crepúsculo.
Ya no tenemos pájaros pero inventamos alas
alguna vez que otra
bajo la sombra amiga de la muerte.
*
Sabe el amor del sobrenombre quieto,
de ese nombre de guerra con que la guardia llama
al centinela triste.
El barro en la trinchera ha hecho crecer huesos
que florecen de luz en lo sombrío
y alguien nombra «luz mala» a esas fosforescencias del pasado.
Defender la creencia es afincarse a fuego en la querencia
y así morir sin tiempo de pensarlo dos veces.
Se quiere con la furia de estar muerto
en una vida extraña que te mantiene vivo a fuerza de querer.
¡Qué raro es todo aquí, en este pasado!
Ese sabor a piel entre los dientes que la pólvora afila
y esa humedad de fruta de diciembre en la lengua que lucha.
Si giro la mirada y pierdo el objetivo,
el aire se repuebla de los fondos del mar
y hay un cencerro de caracoles anchos en mi oreja aturdida de fusiles.
Me quedo así, mirándote un momento,
como quien recupera la nostalgia.
*
Qué fue del cargador de los silencios
cuando el día bajaba sus persianas
y me decías, mientras buscabas láudano,
que siempre hubo cañones en la ribera sobre el río Kwai
y que poseo la obstinación de un asno en lo perdido.
Siempre llegan las hordas, me decías,
palpando el horizonte con los dedos.
Siempre llegan las hordas a llevarse los resabios del canto,
los últimos orfebres ávidos por rematar sus joyas sin pulir,
los que juran un amor en vano sin bandera
y todos esos que no tienen patria
porque todas las patrias dan lo mismo
si ofrecen un lugar en el mercado.
Siempre llegan las hordas con disfraces y mudas,
camufladas de logias optimistas
a reclutar la abulia, la bulimia, la histeria,
el estropajo que no tiene ninguna vida útil.
Siempre llegan con la boca esquinada y la sonrisa artera
y el puñal afincado en el fondo de la hilaridad.
Duerme un poco, decías.
Duerme un poco a mi lado como antes
cuando éramos más inverosímiles
y mucho menos frágiles que ahora.
Duerme conmigo un poco para tener tu nombre
y refrescar la llaga, digo ahora,
en tu mar mineral de ópalo triste.
*
Ha cambiado la hora de las guardias
pero el tiempo mantiene su integridad de antaño
porque lo rige sólo la constancia en el lugar afín.
Madruga luz el último mendrugo en la cena del hambre
con que la soledad nos agasaja en ritos separados
y nos une en un alcohol difícil que devuelve la sed
encima de la lengua de la mente.
Se suelta, entonces, esa misericordia repentina
que libera a gritos la palabra
y revuelca el silencio como si fuera nueva piel ardida
que desvirgar mil veces.
Tiznados animales del final del camino
arrojamos las piedras de la vida, el uno sobre el otro,
en una guerra frágil,
privadamente frágil como nosotros mismos
cuando nos enfrentamos a pedradas.
En la pasión se cura esta lepra carnívora
de guardián encelado que te busca entre su propia anosmia
y te encuentra sonido,
humedad de la sangre en un rincón de lluvia
en el que –a solas– devorarte los tuétanos del miedo.
*
Cuando no estoy de guardia, estoy de guardia,
te digo porque siempre estoy aquí,
en el lugar en que la paz se cansa de dar guerra
y busca reparar los calendarios sin tiempos por volver.
Descansa tu cabeza sobre mi pecho alerta muchas veces
con un cansancio que tienta al espejismo.
Hay una integridad
que se desvive siempre de sí misma.
Alguna vez le presentaste quejas a mi falta de abrazos
y a mi boca que es brusca para los besos simples,
pero yo estoy aquí,
al pie de los cañones y al lado de tu lado
como la cosa fiel, el soldado perfecto, el héroe de los comics,
el último mohicano
el idiota más útil de todos los idiotas que hubo en la trinchera,
porque el amor se vuelca en la trinchera
y hace suya la patria en la que mata.
¿Tendría que decirlo?
Velo tu territorio con el mastín oscuro de mi nombre
y te veo dormir sobre mi hombro,
ajena a tanta pólvora en el aire.
Camino el territorio y lo conozco como a mi propia piel.
Camino el territorio con el alerta a tiempo de los ciervos
y la mordida de todos mis leones
y sé cómo respira cada piedra en las tumbas que siguen sin cubrir
y de qué forma cada extranjero quiere robar las frutas y los panes
de la vieja despensa sin candado.
Este celo cerbero de bestia mal parida que te protege toda
tiene mucho de abrazo, creo yo.