Nostalgia del edén
Cuanta borrasca inútil debilita el silencio
mientras crece la luz.
Abajo el mar es un titán que ronca
con su lengua de piedras
y aquí
amanece un espasmo de verde color aire.
Danza un espumarajo de quimeras
y se volatiliza
como si se quemaran, de repente, los niños y los pájaros.
Los antojos se escinden y las ensoñaciones
se transforman en cestos con culebras
que morderán las manos del encanto.
Abandonar el pálido deseo por un no vigoroso.
Dejarlo enternecerse como un viejo
que mira jugar nietos en la plaza.
Frenar su mandamiento de pañuelos.
Marcar en tanto mapa la distancia de lo que no será.
Recojo el equipaje de mi boca en unas cuantas letras
y me mudo de lucha,
me mudo de orificio con ratones,
emigro con mi gata y su redondo novio populoso
a la soledad plácida en esta calle de pueblito antiguo
con sus casas de cal
y sus jardines de derrumbes secretos.
Un ángel sin oficio
que surfea sobre sus alas rotas
a ras del mar que siempre lo separa
del Dios que lo ha olvidado en sus promesas.
Alguien le sueña un territorio impune
donde todo es posible por un rato.
Y luego suena el gong.
Vuelve el destino.
La boca miserable
Me hago indefectiblemente último
por dentro de este manso desajuste
con las postergaciones
y los mitos que duran la eternidad del habla.
Hay tierra entre mis labios
y un escozor me ruge en las axilas
con su hermandad viscosa y olorienta
a adrenalinas largas.
Los pies se me hacen huella espanto adentro
y la lengua se enrosca
en un adentro de vociferaciones
en un adentro de vociferaciones
y está adentro del corazón la sal que no se llora
y reseca el adentro como un cuero
que se abandonará
tarde
o
temprano.
tarde
o
temprano.
No repican las penas sus campanas con lodo
mientras hay luz de viento y tiembla el suelo
como si aconteciera un circo en otra parte.
Sobre mi boca arriba
el cielo rueda azul, laxo, infinito.
El pájaro en la piedra
Descalzo soy un trino ahogado en la piedra,
un trino seductor
un trino amorfo que resbala arenoso y ceniciento.
Descalzo
soy un trino ahogado en un pájaro
que se sumerge en sí por la boca del aire
como la mano muerta de un mal viento.
Descalzo
la tierra me posee como si fuera virgen todavía,
y soy un trino muerto
sobre un lecho con alas y crepúsculos.
Un enfermo asonoro
que camina al borde de trinos y de asfixia
dando palos de ciego a las palomas.
Soy un cuervo
que canta en otra lengua.
Descalzo aquí en la arena, ya no existo.
Me apoyo en la cultura de las huestes
y de su vociferación calamitosa.
Son huestes para pocos
que conocen retahílas de insultos milenarios
con que escupir los rostros de la lágrima
comprada en el Bazar de Cocodrilos.
Mi guerra de tasajo hace a los dientes
virales y terribles,
mordida de Komodo sobre la carne blanca
del reptil santulón en que se esconden
los demonios estúpidos.
Pobres demonios pálidos
con la palabra y con la lengua manca
que se lamen la piel de sus ombligos
y engordan con su karma, tristemente, cebándose.
No me importa la boca de la Esfinge.
Miserables con pan los miserables
con vómitos de miga
y ensalada de pollo
que postulan a ser los miserables
mientras escupen su conmiseración
sobre los desnutridos que los miran.
Los piadosos del pan y la blasfemia,
los que han escrito "la verdad del Libro"
para autoconvencerse de que tienen la ley a su costado
y que lo celestial
le ha sido prometido a sus traseros óptimos
hechos para cagar palabras mágicas:
"te amo" y "te perdono"
pero que
para su corazón están en chino
así que más de sí da un papagayo.
Muerdo el centro del fuego.
Muerdo el centro del fuego con bocados de tierra
y con viento en los dientes
para que arda la vida con su boca de paja.
Harto de oír de lenguas despechadas
su inclinación a la lisonja fácil,
al "haz lo que yo digo",
al grotesco ejercicio pusilánime
de una moral imbécil
llena de autoflagelación y victimismo
muerdo el centro del fuego.
Muerdo el centro del fuego
y araño el eufemismo
de la predilección por el insulto grávido de complejos
y las iras baratas
distorsivas
grandilocuentes
vaginalmente húmedas.
Luego, le doy la espalda al griterío,
a la acumulación de boludeces,
al trámite esperable del epíteto
y ya sobre el final
al lloro largo
largo
largo
largo
interminable
A veces
sobre lo miserable que decora la patria
caen pájaros.
Son pájaros de plumas pegajosas
incapaces de vuelo.
Pájaros paralíticos, sinuosos,
que lentamente van mutando en víboras.
Migran con lentitud en la aridez.
Se detienen en todos los ratones.
Estacionan en tumbas
sus patas alargadas con demasiadas uñas de roer.
Zancudas aves bellas, repti-líneas,
itinerantes como un fondo buitre
pero del corazón de la verdad.
Escapan del zoológico del Hades
con sus picos de labios besadores
que hablan de promesas e ignorancias
mientras todos los esqueletos se entumecen
con su veneno fácil.
Comen la paz y emigran.
Comen la paz y emigran.
Mientras Adi moría
me fui cortando el alma en finas lonjas
y las puse a secar de frente al viento
que aniquila las alas.
Mientras Adi moría
el sol era un estético estallido
en un cuadro amarillo.
Goteaba sol sobre las carnes rotas
y encima de la sangre y sus pedazos.
Yo sólo estaba ahí.
Mientras Adi moría
la luz era un silencio de honrar las efemérides
igual que un acto público.
Recuerdo que veía en el reflejo del charco de su sangre
una bandera rota.
Flameaba como un ala que se aleja.
Mientras Adi moría
encontré entre las piedras a su pájaro.
El pájaro aterrado y pequeñito
que buscaban sus manos por dentro del estruendo.
Ruth le tomó una foto al niño con su pájaro
cuando ambos eran un niño con un pájaro.
Luego, todos morimos.O nos fuimos
Remolino
Me apoyo en la cultura de las huestes
y de su vociferación calamitosa.
Son huestes para pocos
que conocen retahílas de insultos milenarios
con que escupir los rostros de la lágrima
comprada en el Bazar de Cocodrilos.
Mi guerra de tasajo hace a los dientes
virales y terribles,
mordida de Komodo sobre la carne blanca
del reptil santulón en que se esconden
los demonios estúpidos.
Pobres demonios pálidos
con la palabra y con la lengua manca
que se lamen la piel de sus ombligos
y engordan con su karma, tristemente, cebándose.
No me importa la boca de la Esfinge.
La voz carnavalesca
Miserables con pan los miserables
con vómitos de miga
y ensalada de pollo
que postulan a ser los miserables
mientras escupen su conmiseración
sobre los desnutridos que los miran.
Los piadosos del pan y la blasfemia,
los que han escrito "la verdad del Libro"
para autoconvencerse de que tienen la ley a su costado
y que lo celestial
le ha sido prometido a sus traseros óptimos
hechos para cagar palabras mágicas:
"te amo" y "te perdono"
pero que
para su corazón están en chino
así que más de sí da un papagayo.
Partido de damas
Muerdo el centro del fuego.
Muerdo el centro del fuego con bocados de tierra
y con viento en los dientes
para que arda la vida con su boca de paja.
Harto de oír de lenguas despechadas
su inclinación a la lisonja fácil,
al "haz lo que yo digo",
al grotesco ejercicio pusilánime
de una moral imbécil
llena de autoflagelación y victimismo
muerdo el centro del fuego.
Muerdo el centro del fuego
y araño el eufemismo
de la predilección por el insulto grávido de complejos
y las iras baratas
distorsivas
grandilocuentes
vaginalmente húmedas.
Luego, le doy la espalda al griterío,
a la acumulación de boludeces,
al trámite esperable del epíteto
y ya sobre el final
al lloro largo
largo
largo
largo
interminable
El huevo y la serpiente
A veces
sobre lo miserable que decora la patria
caen pájaros.
Son pájaros de plumas pegajosas
incapaces de vuelo.
Pájaros paralíticos, sinuosos,
que lentamente van mutando en víboras.
Migran con lentitud en la aridez.
Se detienen en todos los ratones.
Estacionan en tumbas
sus patas alargadas con demasiadas uñas de roer.
Zancudas aves bellas, repti-líneas,
itinerantes como un fondo buitre
pero del corazón de la verdad.
Escapan del zoológico del Hades
con sus picos de labios besadores
que hablan de promesas e ignorancias
mientras todos los esqueletos se entumecen
con su veneno fácil.
Comen la paz y emigran.
Comen la paz y emigran.
Ejercicio de noche
Mientras Adi moría
me fui cortando el alma en finas lonjas
y las puse a secar de frente al viento
que aniquila las alas.
Mientras Adi moría
el sol era un estético estallido
en un cuadro amarillo.
Goteaba sol sobre las carnes rotas
y encima de la sangre y sus pedazos.
Yo sólo estaba ahí.
Mientras Adi moría
la luz era un silencio de honrar las efemérides
igual que un acto público.
Recuerdo que veía en el reflejo del charco de su sangre
una bandera rota.
Flameaba como un ala que se aleja.
Mientras Adi moría
encontré entre las piedras a su pájaro.
El pájaro aterrado y pequeñito
que buscaban sus manos por dentro del estruendo.
Ruth le tomó una foto al niño con su pájaro
cuando ambos eran un niño con un pájaro.
Luego, todos morimos.O nos fuimos