Apendicitis crónicas (las páginas colgantes)

TEORÍA DE LA PROSA - IRRESPONSABILIDAD DEL VERSO - IMAGINACIÓN DEL ENSAYO - INCERTIDUMBRE DE LA REFLEXIÓN

TERRITORIOS DE ARES - la voz de lo sangriento



La bestia boca abajo.

Yo soy ese adefesio boca abajo que duerme como un tronco compensado de mohos, sellado en su silencio de cosa que no habla.

Ese espíritu oscuro y sanguinario que colecciona uñas de grandes gatas bobas, colmillos de libélulas y pezones de pájaras pintas aferradas al verde limón.

Un rapto silencioso como un campo de niebla, hecho de alcantarillas y ungido con meada de ratones que viajan por la tirantería de los sótanos en donde no se guardan cosas buenas.

Duermo indefenso, como si no le debiera nada a nadie y alguien me hubiera bendecido con la capacidad de olvidar el mañana, desprendido del antes, prematuramente. 

Él único espacio que existe es ese en el que estoy. Marco mi tiempo en hoy, ahora, ya y lo demás no cuenta ni siquiera para decir que olvido.

Tengo -en el momento de la languidez- esculpido un animal robusto en estos músculos cetrinos y suaves, que reacciona predadoramente frente al mundo de sus enemigos. Todos son enemigos en mi mundo de músculos que duelen y tatuajes donde marcar el paso de los muertos para enterrar su piel en algún lado que alimente la mía.

Lejos del ideal, soy lo que muerde y lo que decide sobre sus propios dientes. Me escribo mis leyes en la lengua mientras oigo llover a los idiotas.

Mi madre no me quiso y repitió cien veces: Ojalá hubieras nacido muerto. Entonces yo aprendí las formas de matar, cuando todavía era un debilucho galgo flaco y metamorfo, que alardeaba de morder manzanas con sus dientes de leche. Estrené mis colmillos en las odiosas manos de mi madre. También le arranqué la risa en cuanto pude. Pero eso no me devolvió la mía, así que en vez de sonreír, hago una mueca parecida al desprecio o a la lágrima.

Me llevo bien con los espacios amplios donde repantigar mis ansias predadoras. Esos espacios dignos de los cervatos y los alquimistas que hacen malabares inventando y desinventando las estrellas. A veces los cazo en ellos y los dejo morir, sin devorarlos. Otras, sólo los miro, como si fueran ninfas que retozan disfrazadas de mamarrachos masculinos que usan vergas prestadas.

Me he situado lejos de lo pequeño que hace sufrir a todo el mundo. Aprendí las catástrofes y los severos dramas de no poder soñar con un vaso de agua en un mundo de sed. La sed es siempre peor que el hambre.

Me río desde lejos de los hombres que lloran infaltables sus minucias como si fueran todas holocaustos y necesitan de perpetuos pañuelos consolantes.

Alguna vez traté de rearmar un niño al que hizo pedazos una bomba.






La selva sin la luna


Más allá, en el camino, hay una forma como de sapo pálido. 

Apenas se levanta de la sombra porque la luz le cae de costado y chorrea sobre ella un coágulo de luna. 

La oscuridad se ha metido en un molino y todos sus contornos tienen tiznes, como de polvo de huesos que patinan de calcio pegajoso el aire húmedo. Manchas blancuzcas y adherentes empapan el paisaje por el que andan los ojos.

El sendero dejó de rechinar como el lomo de un fósil y ahora se ha vuelto muelle, depresible, como si dentro de su carne elástica nos fuéramos hundiendo. Somos gotas concéntricas que caen en un tembladeral que respira por ampollas de barro.

Antes de llegar hasta la penumbra de estas hojas podridas donde se balancean los pájaros con ham-bre, había luna llena. Una luna sanguínea que rodaba por un mapa sin hombres igual que una mo-neda para pagarse un vicio.

El cuerpo de mi compañero pesa más en la humedad. El aire se hace lluvia dentro de los pulmones y los encharca de toses. Los asfixia. 

Late un olor todo de animal verde que pesa sobre nosotros y sobre el camino, como el enorme vientre de una oruga, blanda y pacífica, que todo lo devora. Y la luna no está mas que en esos goterones cuajados sobre el dorso temblón de algunas formas.

Pienso en historias de pioneros sin brújulas.

El lodazal me arranca con sus labios las botas de combate y mis piernas pesadas luchan en un rescate cenagoso, cada vez que intento dar un paso. Animal obstinado es mi moral de guerra, mi silencio, mis ganas de vivir.

El hombre que sostengo, solloza de dolor. Yo le repito shh, shh, como una víbora, pero él, sólo solloza.

Frente a la calavera que desde lejos parece un sapo pálido, su llanto se acelera.

Y su terror es una segunda contingencia que perturba los gritos de los monos en la alta estatura de la selva.





El Licaón


—Mandemos al Escriba, ya que quiere hacer méritos para sentirse contento consigo mismo... mandemos al Escriba.

El Escriba está en un rincón de la barraca de chapón y guano, igual de solitario a como es él. Oye pero no mira. Oye y solamente escucha, atentamente pero indiferente, las voces de los otros que hacen bromas.

Los otros le deciden el destino como hermanos mayores. El Escriba los escucha.

Tiene ojos ecuménicos y oscuros, el cabello rizado y tumultuoso, la boca devastada de promesas que nunca se cumplieron y una sonrisa rota que nunca se arregló. Quizás por eso es que sonríe poco y escucha demasiado.

Cuando corre es un guepardo negro. Cuando nada, un tiburón azul. Cuando sueña no alcanza a ser un pájaro y se conforma con ser un ave tosca y esmirriada como un buitre. En el fondo, él sabe que es un cuervo, más hábil y más práctico que un buitre que ha heredado la paciencia de un buitre y es, entonces, dos aves de ala negra.

Aún no ha hecho amigos pero nadie desconfía de él porque los camaradas intuyen actitudes delante del peligro y Neruda es callado pero práctico, hecho de valentía solitaria y metódica que ata cabos sin prisa pero con precisión de marinero que navega a vela.

Lo apodaron El Escriba porque escribe en sus ratos de ocio, cuando tiene de esos.

—Ven.

Como al hermano menor lo llama el jefe, quien ha extendido, encima de la mesa, un mapa de ese territorio profundo en el que están.

El Escriba se levanta y se acerca como el hermano joven al que los otros deciden encargarle un mandado que de antemano sabe que deberá cumplir.

Está descalzo. Las botas le han abierto llagas sucias que rezuman un líquido seroso por sus bordes hinchados y lleva la cabeza envuelta en un trapo manoseado y marrón que le cubre el cabello y le acentúa la hostilidad del rasgo. 

Los otros se abren en un suave abanico, para que él vea el despliegue en el mapa y los pequeños puntos que el jefe va marcando con el dedo.

Observa sin ninguna expresión. Tan sólo observa, escucha, piensa.

—Si no puedes hacerlo...– dice el jefe al cabo de un momento de silencio.

—Puedo hacerlo.

—Todos de acuerdo, entonces.– dice el jefe.

El Escriba regresa a su rincón porque no le interesa la partida de cartas con que los otros distienden el momento de echar la vida de alguien a la suerte.






La imagen de Von


Era un tipo muy delgado. O se había vuelto delgado ahí dentro, porque en realidad antes de estar delgado era sensible.

Era un hombre sensible. Trabajaba para el lado contrario. Quería gente sana y conocía las partículas del hambre en la vida paupérrima y el vencimiento de los medicamentos.

Cuando el capitán miró la foto, vio a ese hombre de traje muy holgado. Esos trajes que no se sabe si es que tienen mala confección o el tipo adentro de ellos ha sufrido alguna metamorfosis inclemente.

En aquella época, al capitán se le habían extraviado las veredas y los lados le eran indistintos porque estaba fascinado con el ejercicio de si mismo.

El hombre en la fotografía no tenía nombre. Todos le decían Von.

—Es mejor Von que encomienda, paquete o cosa.– dijo y sus dedos manosearon la foto que su superior acababa de abandonar sobre la mesa, sobre un ángulo del mapa.

El capitán tampoco tenía nombre. En algún momento se le había extraviado frente a un avasallante alias que aceptó sin chistar porque además supo que podía disfrutar de él a conciencia y a ultranza. La vida da pocas satisfacciones y en numerología, el 9 es el representante de la extrema inteligencia.

Aceptó ser el Licaón nº 9, como si con aquello alguien hubiera decidido reconocer sus extrañas cualidades para cazar historias sin fronteras.

Hacía calor debajo de los toldos y el día sonaba como un parche reseco. 

Sentado como un Buda que no siente, los otros lo observaban aprontar las armas. Tenía eso de armar y desarmar con los ojos cerrados. Los cerraba como si ese sentido estuviera de más y pudiera hablar con los metales a través de las palmas de la mano.

A los otros los divertía aquella afición por la oscuridad, como si las armas y la ceguera, el frío y lo metálico, tuvieran una armonía concordante que ellos no podían percibir, pero que para Neruda estaba hecha toda de símbolos táctiles que sólo el descifraba.

Desarmaba y volvía a armar ese rompecabezas mortífero como en una carrera contra el tiempo. Luego lo abandonaba, prolijamente exacto y se dedicaba a otros asuntos.

Como no molestaba, nadie lo molestaba. Como no se hacía notar, no lo notaban.

No era dicharachero como el nº 3 o sentimental como el nº 5. No era ampuloso y verborrágico como el nº 8 ni atónito antes el mundo como el nº 6. Tenía un poco de todos y todo de ninguno. Como Von.

En la fotografía le pareció una especie de Mesías travestido como un espantapájaros. 

Lo rodeaban niños muertos de hambre con rostros hechos de enfermedad, miseria y karma.

Y Von estaba allí, tras unas gafas gruesas dentro de las cuales sus ojos se perdían en el color del vidrio, como el hombre pierde su vanidad en la miseria y comienza a mirar la vida desde un foso.

Pero Von sonreía abrazando a los niños que también lo abrazaban y sonreían igual que él sonreía frente a la polaroid.

La foto había pasado por todas las manos durante el vuelo que los llevó hasta allí. 

Cuando llegó al Escriba aquella imagen, le recordó a su infancia. Se vio en alguno de esos niños que abrazaban a Von y que posaban con sonrisas de niños malheridos, esqueléticos y simiescos, con sus ojos enormes de densa luna nueva oscureciendo de luz la adversidad del cielo.

Estuvo un largo rato contemplando la foto de aquel hombre y sus niños, atascados de polvo bajo toldos-refugio, abrazados, unidos, como el acto más simple entre los hombres.

—Solicito permiso para buscarlo yo.– le dijo al nº 1, extendiéndole la fotografía como la devolución de un acuse de recibo.

—Ya está...ya está El Escriba detrás de otra medalla.– bromearon los demás.

—Tantas medallas te van a doblar hacia adelante.– murmuró el nº 6 que siempre estaba atónito ante el mundo y conocía todos los nombres vegetales del latín.

—No es por la medalla.– se defendió El Escriba, pero tampoco explicó el porqué.







(De: El ardid de la sombra)


Negro verde


A veces me peleo con el resto de los hombres.(22/09/2013)




Santificarás las fiestas.


Qué hijo de puta el tipo, qué siniestro
qué agresivo, qué guacho, qué bastardo
qué violento y cerril, qué poco hombre,
que irrespetuoso, misógino, qué chancho.

Qué hijo de puta el tipo, qué asqueroso,
me viene a sermonear como juzgando,
y dice cosas que yo no comprendo.
Todo en el tipo este es muy extraño.

Mejor tenerlo lejos, sin que lleguen
sus voces de pavor a mi despacho
donde tengo un altar para mí misma
y un santuario ombliguista en que me amo.

Qué hijo de puta el tipo, qué insolente,
qué hijo de puta el tipo, tan sobrado
qué hijo de puta el tipo que me dijo
que está podrida el agua de los charcos
y los niños no deben de beberla.

Qué tipo absurdo, qué descolocado,
jodiendo a la Princesa del Poroto
por un negro africano.

Participan en este sitio sólo escasas mentes amplias

Uno mismo

En tu cuarto hay un pájaro (de Pájaros de Ionit)

Un video de Mirella Santoro

SER ISRAELÍ ES UN ORGULLO, JAMÁS UNA VERGÜENZA

Sencillamente saber lo que se es. Sencillamente saber lo que se hace. A pesar del mundo, saber lo que se es y saber lo que se hace, en el orgullo del silencio.

Valor de la palabra

Hombres dignos se buscan. Por favor, dar un paso adelante.

No a mi costado. En mí.

Poema de Morgana de Palacios - Videomontaje de Isabel Reyes

Historia viva - ¿Tanto van a chillar por un spot publicitario?

Las Malvinas fueron, son y serán argentinas mientras haya un argentino para nombrarlas.
El hundimiento del buque escuela Crucero Ara General Belgrano, fue un crimen de guerra que aún continúa sin condena.

Porque la buena amistad también es amor.

Asombro de lo sombrío

Memoria AMIA

Sólo el amor - Silvio Rodríguez

Aves migrantes

Registrados... y publicados, además.

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Feria del Libro de Jerusalem - 2013

Feria del Libro de Jerusalem - 2013
Café literario - Centro de convenciones de Jerusalem

Acto de fe

Necesito perdonar a los que te odiaron y ofendieron a vos. Ya cargo demasiado odio contra los que dijeron que me amaban a mí.

Irse muriendo (lástima que el reportaje sea de Víctor Hugo Morales)

Hubo algo de eso de quedarse petrificado, cuando vi este video. Así, petrificado como en las películas en las que el protagonista se mira al espejo y aparece otro, que también es él o un calco de él o él es ese otro al que mira y lo mira, en un espejo que no tiene vueltas. Y realmente me agarré tal trauma de verme ahí a los dieciseis años, con la cara de otro que repetía lo que yo dije tal y como yo lo dije cuarenta años antes, que me superó el ataque de sollozos de esos que uno no mide. Cómo habrá sido, que mi asistente entró corriendo asustado, preguntándome si estaba teniendo un infarto. A mi edad, haber sido ese pendejo y ser este hombre, es un descubrimiento pavoroso, porque sé, fehacientemente, que morí en alguna parte del trayecto.

Poema 2



"Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida."

Julio Cortázar

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.
1a. edición - bilingüe