Un pálido animal que fornica conmigo, prendido de mis
genitales y mis ojos, me envuelve con su pelo nocturno y en sus brazos.
El piso está mojado debajo de mi espalda.
El cemento es caliente, aún en esta hora aguachenta donde
ese pubis víctima forma un vellón sumerso que danza y se contrae con dulzura
marina.
Carne hembra alunada, incandescencia pálida con vocación
secreta de llama de candela que va encendiendo el aire con aliento y saliva, es
la sombra de una medusa impulsándose en la oscuridad, perfil y transparencia
del gemido, ola del aire, asfixia de angostura.
El sudor le corona las crines aromáticas y su lengua de
ángel derrama por mi lengua gotitas de pecado que se mezclan como un masala
tenso hecho todo de sorbos.
Todos sus dientes hembras me mastican y las uñas rasuran
la resistencia jadeante de mi pecho.
Hoy, este es mi glorioso juguete, mezcla ambarina de gata
y pez violento, ágil y metafísica como una aparición a la que pulso y suena con
voz rota, una vez y otra vez y hasta que quiera escucharla en su sonido de
felicidad agria.
Bajo toda la
noche, tendido en el fondo caluroso del cielo y boca arriba, fornico sin
sonidos que delaten la pálida memoria del presente.
Esta mujer y yo, somos dos espejismos que se gozan.
(De: Zonas inexactas - ed. 2013)