קורה ואני
Nuestras cosas
son esas que han alcanzado un vigor rasposo.
Somos ríspidos
por esa costumbre de acariciar lo áspero con que la vida nos ha agasajado las
palmas de las manos.
Mi shviguer y yo, tenemos una
aridez suave, despaciosamente desértica.
A veces
fabricamos espejismos hacia los que otros corren. Espejismos que vibran igual
que vibra la nota de una cuerda en la que se está probando afinación, un
llamado en la víscera, la angustia del silencio.
Mis ojos son salvajes
y terrestres. En ellos cavan los mares con que lloran sus ojos de antigua mujer
firme. Con ambos formamos un planeta continental y acuático. Hemos acogido la
vida y la muerte en nuestros ojos.
No tenemos
estrellas.
Conseguimos
acallar el plumerío de la sutileza y la vocación por quedar bien.
Caminamos en la
oscuridad, casi iniciáticos.
Toda herida se
ha vuelto cicatriz. Aun las heridas que no nos infligieron ya son en nosotros
una cicatriz vieja sobre la que poder hablarle al que pregunte por nuestra
descripción de fortaleza.
Nos
transformamos en una oscura soledad que reverbera.
De vez en vez,
cantamos.