El día era tan gris, que, al
observarse en uno de los
paneles vidriados del aeropuerto, le pareció que su cuerpo despedía colores.
paneles vidriados del aeropuerto, le pareció que su cuerpo despedía colores.
Tan gris de sábado, de semana,
de día, de vida, de valija diplomática, de agujero cavado en una niebla que
vuelve a llenarlo una vez tras otra, con su aliento que perdió el Colgate 12
horas de protección.
Tan gris que hasta lo negro
parece colorinche, pensó.
Cuando llegó a destino, ya no
estaba ni el timbre.
Hizo girar la llave en una
cerradura impersonal y la puerta de seguridad rebatió hacia un interior enorme
y deshabitado en que su sonido a rebatida multiplicó los ecos, varias veces.
Todo era un vacío, como la
nada.
Pelecho de cemento oliendo a
cera para pisos y con un dejo de desodorante ambiental pedorro, de esos que les
gustan a las mujeres porque parecen campos de flores, el departamento era una
cosa que también se había ido.
En el lobby, el de Seguridad
había susurrado, para no incomodar: Pensé que se mudaba. Como estuvo su hermana
llevándose las cosas...
Cerró la puerta y una mano sin
nadie encendió la luz, baja, serena, un detalle también de actitud femenina,
para facilitar la no agresión de aquella soledad llena de espacio.
Él había insistido con el
“dejámelo vacío, Mire, no te pongás complicada. Dejámelo vacío”.
Y Mire había dicho: te dejo lo
imprescindible, ¿pero vacío?..¿Dónde vas a dormir, Hebreo?¿En el suelo?
Quizás esta sea una forma de
empezar de cero, pensó, mientras se acostaba en el piso que olía a cera y
respiraba ese olor a panteón con flores agrietadas que inventaba el desodorante
de ambiente para él.
Quizás sea una forma de
regresar al cero que se es, incapaz de ninguna multiplicación que dé otra cosa
más que el cero por el cero mismo.
La gata apareció como una
sombra y se acostó sumisa encima de su pecho, como dicen las viejas cabuleras,
respirándole el aliento para robarle algún resto del alma que todavía quedara en
el sollozo.
(De: Back to black)