¿Quién podría ponernos cuatro fronteras, niña de la mirada debajo del
impermeable? Cuatro fronteras como cuatro son los puntos cardinales, dice el
hombre, o como si la verdad tuviera pensamiento abstracto o el día anclara
encima de los pájaros rotundos que chillan en la devastación de los cadáveres.
Y estamos a la vera del tren, esperando comer, con cara de famélicos, con
cara de huérfanos, o con cara, sencilla, de humanos que tienen hambre de otras
cosas que no pasan aquí, donde pasan las cosas de todos los hombres.
¿Te dije que había cráteres? Puedo llevarte a ver los cráteres que te dije
mientras mirabas el pan en mesa ajena y yo te sujetaba el muñón de robar. Puedo
llevarte a ver los cráteres de las bombas de ayer, esas que no te dejaron
dormir ni aunque tu madre te cantó una nana que hablaba de cosas triviales y
distintas al ruido exterior y a las paredes que parecían un tambor de espanto.
En los cráteres caben los cadáveres o todos sus pedazos. Sus pedazos, te
dije, violados por el aire del miedo, caídos en desorden como cosas que tirar a
la calle después de la limpieza del depósito. Vamos a ver los muertos, y los
cráteres. Podremos conseguir un reloj, una sortija o un zapato para calzar el
pie desnudo que anda por la tierra donde los muertos vuelven fértil la vida.
Niña debajo del impermeable de tu padre, corre conmigo a ver la última
cascada. Ha enrojecido porque la sangre viene de las alturas aquellas a las que
nunca conseguimos subir y donde toda la primavera era amarilla. Había pájaros
que se han evaporado y hombres jóvenes que no envejecerán.
Niña sin manos, bajo el impermeable de tu padre y que miras las bruscas
hondonadas, te invito a ver los pedazos de patria que no quedan más que en este
rigor que no sostiene el día de las minas y la sangre. Hemos perdido un pie,
una mirada, un cordero, un eclipse y el silencio.
El ruido aquel estallará en los sueños hasta dejarnos sorda la emoción y
desvelada para siempre el ansia.
Niña del puente roto, que ya no tiene manos y está oculta bajo el
impermeable de su padre, acompáñame a ver a todos los que no sobrevivieron, porque
necesito enterrar a mis amigos y tengo miedo de encontrarlos muertos y de yo
estar solo con mi pala y todos sus pedazos.
De: Ius soli