Dentro de este lugar el silencio es un inmensurable eco que se hace maquinalmente pulcro en los rincones y ambiguo y anchuroso mientras flota pegado sobre el aire.
La elección de hacer las cosas sucias me está permitida en el contexto de la desolación, como a la luz se le ha concedido volverse magia refractando en un prisma.
Se ausentaron las moscas y los peces son gotas de alabastro panza arriba, o redondeles de mecurio cósmico, enredado en el moho de un agua podrida por cadáveres.
Me lavo los pies en ese charco quieto, donde la bruma verde se ha adherido a la cárcel del vidrio y el olor a abandono trepa todos sus muertos a mi olfato.
Dejé morir los peces del demiurgo como murió la luz cuando trabé con maderas las ventanas que siempre dan al viento y abandoné las plantas a un desierto cerrado hecho todo de muebles y sin sol.
Profano los recuerdos como un bárbaro.
Dentro de la pecera caen lágrimas.
*
Sólo esta vacuidad.
Sólo este ambiguo soporte de destrezas.
Sólo la soledad.
Sólo lo que está solo en un paisaje solo en el que soy el solo que existe solamente.
Hacerme viento.
Hacerme Sinaí.
Sólo desierto
*
Después llega lo trémulo.
Tiembla la carne que tiembla en la palabra que se vuelve mordible.
Cárnica boca llena de una lengua tan húmeda como lamiblemente lujuriosa y apenas invisible en esa ocultidad de los recatos.
Asesino en silencio ese idioma que niega sus orígenes y se vuelve rebelde, reveladoramente irreversible ante la paradoja de sí mismo sin un consigo acorde ¿O un conmigo? O algún otro un que cruce, con alas inventadas, el puente derribado por la sola costumbre de aquel aislamiento en el que somos libres.
Es mejor estar solo que este ser vulnerable en compañía.
*
La luz se ha derrumbado.
Debajo de la luz, soy una sombra que escapa por un hueco.
La luz se ha derrumbado sobre mí, igual que la memoria.
Anaqueles de luz se han derrumbado con sus libros monótonos encima de mis libros y todos confundidos, somos papeles viejos.
Pero no llega el viento a hacer limpieza.
La luz no existe más.
Tampoco el aire.
Luego vendrá la escoba a poner orden en el sitio impedido de las manos.
Barrerá los cerebros que acumulo, el hambre de beber, la sed del daño, la impúdica y reñida mansedumbre de lo que persevera y nunca ceja.
El dolor está listo y embalado, pero se hallan de huelga los correos y bajo el brazo pesa su gratuidad, temblando.
¿En qué buzón comprado depositar la ofrenda que agoniza con su propio holocausto entre mis dientes?
La luz no vuelve más desde la aurora.
Le pertenece sólo a las estrellas.
Larga piel de agonía. Subluxación del alma que no se amolda al hueco en que le sobra espacio porque es poca y se retuerce, tratando de agrandarse hacia la vastedad de estar sin nadie.
¿Quién entiende de luz en estas sombras en la que el grito es una flecha opaca y mata ciervos de tela y de peluche?
Sólo ambulan dragones de Komodo en la parafernalia de esta boca con más dientes que aquellos de lo humano y una lengua infecciosa como un antro de prostituir ángeles de vidrio.
Igual estoy en paz desde el retorno.
Toda sombra es aquello de lo impune.
*
Que todo sea un apagón de sangre. Un sitio de metales que rodean un latido penúltimo y disparan - fiera violencia rota - destiñendo la boca de la carne hacia un cementerio de cerámicos.
Que todo sea un apagón de sangre. Una boca deshecha que se abre con hondo estremecimiento muscular y tiembla, precipitada como alguien que corre, boqueando como alguien que gotea su último estertor amurallado y acaba, dulcemente, en un sopor de charco que coagula.
La sangre es lo más íntimo de un hombre.
Pinto en rojo tu nombre sobre el karma y luego resucito, ya vacío.
Angel by Wojciech Paliwod |