Tengo mi amor de bruces sobre la
tierra inútil de la noche. En el teléfono, el tono de llamada se disuelve.
Intento una vez más, dos veces más. El tono de llamada se disuelve igual que
una silueta entre la niebla. Desaparece así y en el fondo de mí, siento que soy
el que desaparece.
El mosquitero tiembla un
resplandor sin alas. Hace calor aquí. El calor es un hecho tumefacto que avanza
sin riquezas sobre un terrón lamido por el miedo.
Vuelvo a mirar la luz en el teléfono.
Pienso en la voz ausente. Sé que es tarde en el mundo y no en mi insomnio
porque en mi insomnio nunca es tarde para observar esa mudez del mundo.
Hay mucho miedo en esta zona
oscura de los hombres y no estoy muy seguro de que consigamos arrastrar la luz
de nuestra tierra hacia esta oscuridad sin Prometeos. Lo intentamos igual, como
uno de esos recuerdos obcecados que traspasa los muros del olvido. Habrá que
recordar cómo es la luz, el agua, la mañana, las ansias de vivir, la
expectativa, aunque no sé si alguien de los que aquí sobreviven se acuerde de
esas cosas. De vez en cuando, yo también lo olvido.
La pantalla del teléfono móvil
se apaga lentamente. Muere en mis manos su resplandor fosfórico y la luna
golpea el mosquitero. Colecciona fantasmas mi mirada.
La luna pierde el brillo como se
pierde un rastro o la esperanza. De pronto, todo es nubes sin tormentas.
Solamente un telón que cierra el escenario y propone silencio.
También cierro los ojos.
Trato de encontrar mi corazón.
(De quemaduras y otros algoritmos)