Segundos afuera
Trato de repensar el profundo momento de tus ojos. Todo un mar angustioso y agitado de tormentas remotas en las que se ahogó mi flujo piroclástico, asesinando peces y medusas.
Trato de repensarlo mientras estoy tendido boca arriba mirando un cielo azul donde se multiplican las bandadas con su ritmo espacioso. Cuando te conocí, había también en tus ojos ese ritmo espacioso, calmo, de multiplicación del aire entre las alas y me gustaba navegar en él con mis volcanes y con mis relámpagos, porque yo soy eso y no otra cosa, todo volcanes y relámpagos y flujos piroclásticos que tus ojos de agua cerval aprendieron a ahogar despacio.
No creas que no sé de tu paciencia de tsunami y de mi vocación de huracán muerto que se encuentran en una playa ignota donde imaginan reproducir apenas una brisa para hinchar las velas de botes pescadores, sin hundir a las tripulaciones una vez que han confiado en nuestra manos.
Sabías que era así. Que yo era así.
Siempre supiste, porque no te engañé jamás ni fingí que era un animal gordito y hogareño que pudieras acariciar y alimentar para verlo contento y entregado. Siempre supiste que eso es imposible porque es imposible domesticar un licaón. Y sin embargo, tus manos y tu fe consiguieron reposo para mis interminables caminatas y sosiego también para mis furias.
Siempre supiste, porque no te engañé jamás ni fingí que era un animal gordito y hogareño que pudieras acariciar y alimentar para verlo contento y entregado. Siempre supiste que eso es imposible porque es imposible domesticar un licaón. Y sin embargo, tus manos y tu fe consiguieron reposo para mis interminables caminatas y sosiego también para mis furias.
Pero yo soy de furia como vos sos de agua. Y tu agua sabe ahogar mi fuego pero mi fuego es un rescoldo interminable que tarde o temprano vuelve a arder y emerge como un nuevo volcán desde lo más profundo de tu lecho marino.
Ya pasó tantas, tantas veces, que tu resignación resulta en una herida que no se cura en mí.
Ahora tenemos hijos, me dijiste, no dejes que te maten tus quimeras. Vuelve a mí. Regresa con nosotros.
Dijiste eso cuando cedió tu rebelión de oleaje que reclamaba: es hora que te quedes, por una vez es hora que te quedes, que reconozcas tu hogar como tu hogar, porque nosotros estamos aquí. Siempre estamos aquí.
La palabra nosotros me hizo daño. Pero no supe o quizás no pude, frenar la llamarada que me impulsa; ese profundo grito piroclástico que lanzan mis volcanes aburridos.
Nunca supe qué hacer con la quietud, aunque te quiera, Ruth. Aunque te quiera.